Lo confieso: me apasiona la entrada de Francia en el club de los recortados. Igual que Rajoy, François Hollande ha tropezado con la realidad y tiene que acomodarse a ella y aplazar o archivar sus deseos de cambiarla. Abajo los sueños, abajo las ilusiones de milagro, en pie la dictadura de los números que eclipsan al candidato y humillan al gobernante. Pero lo que me apasiona no es eso, sino las expectativas de futuro que se abren en Francia. Ya tengo impaciencia por saber si los recortes y los impuestos de Hollande salvarán la economía francesa o la hundirán más. Ese es el examen del que depende la filosofía política que en este momento se está experimentando en Europa. Y en España.
Los datos de que ahora mismo disponemos no alientan muchas esperanzas. Grecia ha sufrido una larga y durísima intervención, con recortes que estuvieron a punto de romper la paz social. Hoy, Grecia sufre una recesión brutal y un empobrecimiento histórico. Miremos a Portugal: se ha controlado algo el gasto público, pero sigue en depresión, crece el paro, no hay inversiones y los ciudadanos se disponen a una histórica reducción salarial. Y de España, que no está intervenida, pero acaricia la palabra rescate y sabe lo que son recortes, qué podemos contar que no hayamos sufrido: hoy por hoy no alcanzamos el déficit exigido y las perspectivas de crecimiento parece que dependen más del paso del tiempo que de la terapia aplicada.
¿Todo esto no les da que pensar a quienes manejan nuestras economías? Están enfriando tanto la actividad que la están congelando. Controlar el gasto público es necesario y saludable para los países. Pero dejar a la gente sin un euro por impuestos y restricciones salariales o porque tiene que pagar los servicios públicos es un atentado contra el consumo y, por tanto, contra la producción y, por tanto, contra el empleo. Y encima, el Estado recauda menos, con lo cual el círculo vicioso del empobrecimiento y la extorsión fiscal se vuelve agobiante. Quizá por eso esta crisis dura más que cualquier otra del último siglo. Y quizá por eso se extiende y ahoga a una Europa que camina imparable hacia la recesión general.
¿Hará falta que Francia agrave su situación con las nuevas medidas de ajuste para que se les abran los ojos a los gobernantes europeos? No lo deseo, pero me temo que va a ocurrir. Y lo malo es que decir estas cosas merece la condena de los sabios; de los mismos sabios que se vuelven necios al buscar una solución. Ante eso, me quedo con el diagnóstico que acaba de hacer el secretario general de los socialistas holandeses: «Luchar por el euro hundiendo a los pueblos será la muerte del euro». Tristemente, estamos en la fase de hundir a los pueblos.