Para vencer la aprensión

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

07 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El temido septiembre ya está aquí. Tras unas semanas de relativa calma, la sociedad española encara un otoño muy difícil, y lo hace con sentimientos, fácilmente reconocibles, de fuerte aprensión. Y es que no se acostumbra uno a caminar al borde del abismo, sobre todo cuando este toma unos perfiles cada vez más verosímiles. En un escenario de total incertidumbre económica y creciente tensión social, el miedo lo domina todo; el problema es que el miedo se convierte en un factor para el agravamiento de los problemas: lo estamos viendo en la caída del consumo, más fuerte de lo esperado, o en la retirada de depósitos bancarios. Una cosa es segura: si no somos capaces de dominar y dejar atrás esas inercias psicológicas negativas, el desastre es seguro.

Por eso resulta ahora prioritario identificar las condiciones para hacerlo con éxito. La primera es un cambio radical en la actitud de los dirigentes europeos: cada vez más ampliamente reconocida la política de austeridad generalizada como una causa directa de la actual deriva hacia el suicidio, no es descartable que en unas semanas se produzca un cambio de rumbo que permita respirar a economías como la española (paradójicamente, la profundización de la recesión en el conjunto de la UE durante el próximo semestre lo hace más posible). Ojalá sea así, pero esta es una condición cuyo cumplimiento, obviamente, no depende de nosotros mismos.

Entre las cosas que sí pueden hacerse en España para mejorar el estado de ánimo y las expectativas de la ciudadanía, dos merecen ser destacadas. Primero, sería obligado elaborar un plan creíble de actuaciones económicas que fueran más allá de las reformas contractivas. Es asombroso que desde hace dos años apenas se hable de aquel famoso «cambio en el modelo de crecimiento», tan proclamado -sin que desgraciadamente pasara de la pura retórica- durante los años de expansión. Ahora, cuando el modelo anterior se hundió, no queda otra posibilidad que especificar prioridades, señalar sectores en los que se tiene alguna ventaja comparativa, impulsar actividades con posibilidades de penetrar en mercados internacionales, recuperar el impulso de la innovación: es imprescindible, y urgente, contar con un plan de reconstrucción productiva, sin el cual, sencillamente, España no tiene futuro.

La segunda cuestión que ayudaría grandemente a cambiar las expectativas sociales es la búsqueda sincera de un amplio acuerdo político y social, necesario cuando se extiende entre amplios sectores sociales la percepción, quizá exagerada, de que en las soluciones que se dan a la crisis hay gato encerrado, y que algunos grupos están aprovechando para mejorar sus posiciones de renta y poder a costa de otros. Sin un mínimo consenso, aún posible, las expectativas de la población seguirán hundidas, y el conflicto social, servido.