La ilusión de la longitud

Fernando Pérez González FIRMA INVITADA

OPINIÓN

29 jun 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

En 1707, en plena guerra de Sucesión, un flota de 21 buques comandada por el almirante Shovell, que había participado en el sitio de Tolón y regresaba a Gran Bretaña, sufrió las consecuencias de las dificultades que entonces entrañaba establecer con precisión la posición en el mar. El almirante, convencido de que ya se encontraba en el canal de la Mancha, pero en realidad desviado de su rumbo por las tormentas, estrelló cuatro de sus navíos contra las islas Sorlingas, perdiendo más de 1.400 vidas, en uno de los peores desastres navales de la historia.

La tecnología disponible entonces permitía conocer la latitud observando los astros, pero no así la longitud. En la navegación por estima, la longitud se calculaba a partir de la dirección y la velocidad, medidas respectivamente con una brújula y una corredera. En viajes largos, los errores se podían acumular con desastrosas consecuencias.

Al igual que Shovell, en la ciencia en Galicia hemos estado navegando por estima, de tal suerte que, tras muchos años de travesía, no podemos estar seguros de dónde nos encontramos realmente. Con frecuencia se escucha decir, en contraposición a la docencia, que la medida de la calidad en investigación es una tarea prácticamente resuelta. Pero los indicadores disponibles se emplean a menudo tan mal que nuestra ciencia vive en lo que podríamos llamar «la ilusión de la longitud». ¿Cuál es su origen? A principios de los años noventa en España se publicaban tan pocos artículos científicos que entonces era esencial promover que los investigadores publicasen. Y estos pusieron tal denuedo que, veinte años después, habíamos conseguido ser la novena potencia mundial en número de publicaciones. Desgraciadamente, cantidad no equivale a calidad: si medimos el impacto de nuestra ciencia usando el número de citas por documento publicado, entonces caemos al decimosexto lugar mundial.

Casi nada se ha hecho por remediar esta situación: aun reconociendo tímidos e incipientes intentos por valorar la calidad, la evaluación del desempeño de nuestros científicos sigue siendo una cuestión de kilos. En las convocatorias de la Xunta o los planes de promoción de las universidades, prácticamente todos los méritos se miden al peso y sin atender a las enormes diferencias en las reglas y hábitos propios de cada disciplina. Esto contrasta con lo que ocurre en otros sistemas científicos más avanzados, donde para la selección y promoción de los investigadores se examinan unos pocos méritos, los más relevantes.

La Fundación Barrié ha tenido el acierto de elaborar un informe sobre la ciencia en Galicia que da un decisivo paso para disipar la ilusión de la longitud, reconociendo que cualquier clasificación de investigadores en diferentes áreas no tiene sentido si no se normalizan con relación a sus homólogos internacionales, igual que es absurdo hacer un ránking deportivo de máximos anotadores sin distinguir entre jugadores de fútbol o baloncesto.

Si Shovell hubiese tenido un GPS, no hubiese destrozado su flota contra las Sorlingas; ahora que somos conscientes de nuestra posición, sería imperdonable que nuestra ciencia siguiese navegando sin un rumbo claro.