La sabiduría de la tortuga

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

13 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

«TANTA prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo único importante: vivir», nos dejó escrito R. Stevenson. En el estilo de vida actual de las sociedades industrializadas ser lento es sinónimo de ser torpe, ineficaz, tonto o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible al momento. Como dice José Luis Trechera en su último libro, cuyo título da nombre a esta columna, a pesar de que se presentan más oportunidades que en ninguna otra época, el ser humano parece estar atrapado en el síndrome de Tántalo: como en el mito griego, el ser humano lo tiene todo a su alcance pero no puede disfrutar de las posibilidades que están a su disposición. Es lo que otros han denominado una cultura del deseo, una cultura del tener frente al ser, incluso una cultura líquida¿ Decía Ortega y Gasset que «prisa sólo tienen los enfermos y los ambiciosos». Si esto fuera así, la nuestra sería una sociedad enferma y ambiciosa o, casi seguro, una sociedad enferma de ambición. La lectura del libro de Trechera ha coincidido con mi participación en el I Congreso Iberoamericano sobre Síndrome de Down: cerca de 2.500 personas nos reunimos en Buenos Aires durante tres días para reflexionar sobre inclusión, participación y vida adulta de las personas con síndrome de Down. Fue una auténtica gozada. Curiosamente, muchas de las ideas vertidas en este libro se expresaron allí por parte de varios oradores. Y es que, tal y como estamos configurando nuestras sociedades, estamos dejando fuera de juego a todas aquellas personas que dificultan la productividad, entre las que están las que tienen síndrome de Down o cualquier otra discapacidad intelectual. Hasta ahora, los esfuerzos han ido encaminados a hacer productivas a estas personas, y éste es un buen objetivo, sin duda alguna; pero a lo mejor ha llegado la hora de darnos cuenta de que también hay que empezar a cambiar el entorno. Es célebre la frase de Ortega «yo soy yo y mis circunstancias», pero muchos desconocen su continuación, «y si no salvo mis circunstancias, no me salvo yo». Debemos desarrollar sociedades que no sean agresivas, que proporcionen los adecuados apoyos que cada persona necesita, que respeten a cada uno en su diversidad y en su ritmo. ¿Adónde nos llevan estas prisas frenéticas? Con algo de sosiego, todos seremos más felices.