Dios hace, el hombre es hecho

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

27 mar 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

SE HA IDO monseñor Eugenio Romero Pose. El cáncer se ha ido llevando a jirones su vida a lo largo de los últimos tres años, dejando, eso sí, no sólo intacto sino acrisolado su profundo espíritu, como claramente dejan evidenciar algunas de las palabras que escribió hace escasos días, su última lección: «Sentir el hielo de lo debilidad, del cuerpo que se rompe, de la mente que se oscurece, de la corruptibilidad que se adueña de lo que uno creía poseer, adquieren nuevo sentido cuando se abren los ojos a la verdad del dolor. Y únicamente uno puede mirar hacia delante y salir de la espiral del absurdo cuando en la oración deja que el corazón acoja la luz de quien sufrió y saboreó las hieles del sufrimiento hasta el extremo [¿] La enfermedad es profecía de la muerte, la muerte que adviene es experiencia que nos hace tocar fondo la pequeñez para que podamos esperar la nueva vida, y esperándola, la agradezcamos. No se aprecia la vida si no se acepta la muerte. Esperar la plenitud de la vida es dejar que el miedo a la muerte no aprisione alma y corazón». Fue un gran hombre, un sacerdote excepcional, un intelectual de talla: tenía bien en donde mirarse (me refiero a Maximino Romero de Lema). La Iglesia española, y la gallega en particular, pierden a uno de los poquísimos personajes que sobresalían entre tanta mediocridad y pseudo-intelectualidad que no aspira más que a una mitra. Él no aspiraba más que a ser una buena persona; la mitra para él fue un puro accidente, le fue impuesta por quien lo necesitaba a su lado. Lo suyo era la teología y la espiritualidad. Dejas huella, maestro, porque lo auténtico no pasa sin más por este mundo.