Del optimismo a la duda

| GONZALO OCAMPO |

OPINIÓN

01 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

QUIEN sea sensible a los problemas de tráfico -sin duda muchas personas- no puede dejar de advertir, con sólo una cierta atención a los medios de comunicación, la variabilidad de las cifras de accidentes en Galicia, esa peculiaridad que consiste en el paso -tantas veces inexplicable- de la bonanza a la inseguridad plena. Sin mirar demasiado atrás, recuérdese que el sistema del permiso por puntos trajo para la generalidad española un rotundo decrecimiento en la cifras de accidentes mortales, en tanto que conocíamos aquí un mes de julio con nada menos que 34 personas muertas en las carreteras de la Comunidad. Es cierto que se han sucedido meses con buenos rumbos, pero en unos cuantos días de enero se desatan episodios marcados por un alto grado de violencia en sus secuencias finales, tal como corresponde al calibre de las negligencias puestas en juego, tantas veces determinantes de que los resultados finales consistan en transferir la irresponsabilidad de conductores desalmados hasta el desdichado que se cruza en su camino. Esta es la paradoja del tráfico, su aleatoriedad y su radical ceguera -valdría decir injusticia- en la distribución de males. Parece claro que no basta con la disponibilidad sobre viales de muy aceptable calidad ni tampoco con la utilización de automóviles de altas prestaciones -seguridad, solidez, velocidad- para acabar con tanta muerte absurda e inútil, como tampoco parece bastar el rigor normativo. Recordar la reciente tragedia de Combarro, en la que un error basta para deshacer una familia, lleva al desaliento. Y es que la seguridad no depende del azar. Tantas formas de temeridad como las que rondan alrededor del tráfico pueden evitarse con la fácil obediencia a inteligibles normas de circulación y con el ejercicio de unos cuantos principios de moral social. Ocurre que las displicencias, las frivolidades y la agresividad en el uso de vehículos son cuestión de unos pocos, en tanto que la gran mayoría de usuarios -con la propia carga de defectos- no quiere la guerra. Por eso es fundamental la individualización del conductor antisocial, para segregarlo definitivamente del tráfico.