Los miedos europeos

OPINIÓN

12 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

LOS FRANCESES le tienen miedo a la globalización (sin darse cuenta de que ya están viviendo en ella). A los británicos los asusta la enorme burocracia que sigue acumulándose en Bruselas y que aspira a controlar el funcionamiento de la Unión Europea. Los polacos, checos, eslovacos, húngaros y rumanos recelan de la avaricia franco-alemana y de su vocación filocolonialista. Los italianos están dispuestos a adaptarse a cualquier situación, siempre que puedan seguir demostrando sus habilidades en los despachos comunitarios. Y los alemanes, que se han dado cuenta de todo este desbarajuste, han decidido arreglar primero su patio interior para, después, tomar las riendas del conjunto. La canciller Angela Merkel ha dado muestras de que por ahí van sus intenciones al frente del Gobierno alemán. Revisar el motor de la economía y habilitar un nuevo marco laboral son los primeros pasos (esos que quiere dar Francia y no puede). Los siguientes ya estarán orientados hacia la Unión Europea, y constituyen nuestra mejor esperanza. Porque sólo del pacto germano entre democristianos y socialdemócratas puede surgir la energía suficiente para hacer que se mueva el elefante europeo, ahora empantanado y dedicado a malgastar en salvas los bríos que le quedan. ¿Y los españoles? Aprobamos por abrumadora mayoría la Constitución europea (esa que rechazaron los promotores franceses) y nos encontramos a gusto en la Unión Europea, pero tampoco estamos contribuyendo con el caudal de ilusión que podríamos aportar. Porque la UE es una realidad económica y comercial, pero es también un Peter Pan político que no se atreve a crecer. Con lo cual se convierte en el peor enemigo de su propia doctrina internacional, que defiende -supuestamente- un mundo multipolar. ¿Qué polo representa la Unión Europea? El de un gran bazar en territorio extraño, cuya defensa sigue encomendada, vía OTAN, a Estados Unidos. Algo torpe y paradójico. Porque ésta es la mejor forma de apuntalar un mundo unipolar. El que teóricamente queremos superar. Pero tampoco la política exterior española hace nada por mejorar las cosas. De modo que el futuro está claro: se parecerá mucho al pasado, pero con menos fe.