En todo caso, nuestra «chusma»

OPINIÓN

12 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

DOS CHICOS electrocutados y la palabra incendiaria de un ministro del Interior en permanente cabalgada electoral, han sido los detonantes de una violencia soterrada desde hace años. La onda de ira se expande por toda Francia con riesgo de contaminar otros países, haciendo buena la conocida sentencia de Metternich: cuando Francia se constipa toda Europa estornuda. Al principio del conflicto aparecieron rostros de extrañeza en la administración y en la esfera del poder, como si esta canalla no fuera suya, como si las políticas urbanas desarrolladas hace treinta años que concentraron la mano de obra barata en barrios que poco a poco se fueron convirtiendo en guetos monocromáticos, o el abandono de los programas sociales, no tuvieran nada que ver con la Francia oficial, tan dada a ejercer de Yoda orientador. Ahora se ha visto que tiene pies de barro o arena, como todo hijo de vecino. La violencia fácil y brutal de los muy jóvenes no tiene dazibao ideológico, simplemente pone en escena su quebranto y acaso su diversión. Es posible que sus padres y abuelos no sean capaces de impedirlo, o incluso toleren su conducta con cierta anuencia para manifestar el desacuerdo con la ratonera en la que están metidos. La situación no tiene una explicación lineal. Es un collage que forma parte de la globalidad y que va más allá de un país; ya se vio hace años en el Reino Unido. Un mercado neoliberal que primero atrae a los inmigrantes como un imán y luego emplea a sus hijos como marionetas, según el patronímico y el barrio de procedencia. Una sociedad ingrávida e individualista, materialista en exceso, epidérmica, donde cada uno flota y va a lo suyo. Barrios enteros en los que se vive pero no se habita, sumergidos día y noche en zonas de sombra, en los que se ha ido perdiendo el pulso de sus anhelos y sus patologías y donde es difícil entrar, porque a los desarraigados no les gusta que nadie vaya a husmear, y una administración poco dispuesta a estar al tanto de lo que acontece en las calles y plazas y en el seno cada vivienda. No sólo Francia. España, cuando aún puede, debe tomarse en serio el binomio vivienda-inmigración, articulando políticas urbanísticas capaces de evitar la guetización. En ciertos distritos de nuestras ciudades hasta el 40% de la población es inmigrante, y en muchos casos se hacina en pisos y fondas explotadas sin recato. En Cataluña, la reforma de la legislación del suelo establece que en las nuevas figuras de planeamiento el 30 por ciento de las viviendas serán protegidas o concertadas. Es inexorable, el mestizaje debe producirse, y quizá comience cuando la segunda generación pueda acceder al mercado hipotecario. Pero ya no se trata sólo de un problema de maclaje social, sino de gobernación de la ciudad global. Para ello es urgente que la política se decida a traspasar la convencionalidad de los números y de los planes y se plantee el habitar como la mezcla cotidiana y equilibrada de múltiples vectores: la educación, la economía, el empleo, la cuestión generacional, el papel de las instituciones, el urbanismo, la religión, la seguridad, etcétera. Si pensase así, Sarcozy no habría utilizado la palabra chusma sin el posesivo nuestra , ya que los protagonistas del grave problema de orden público son tan franceses como él, sólo que pobres, desarraigados y de piel más oscura.