Ex-potentes, ex-capaces

| JOSÉ MANUEL BLANCO GONZÁLEZ |

OPINIÓN

27 ago 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

TODOS NACEMOS discapacitados. Es pura cuestión de tiempo. Sólo un final en la flor de la juventud puede ahorrarnos ese futuro. De manera que resulta incomprensible la soberbia, el desinterés o el egoísmo de quienes tuercen el gesto y miran voluntariamente para otro lado. De quienes ahogan con sus conspicuas reivindicaciones el prevalente silencio o la tenue voz de conciudadanos relegados en la esquina de la sociedad y ocultos tras eufemismos. Recuerdo a mis abuelos. José, encadenando embolias, medio cuerpo paralizado, hablando sin hablar nada. Ramona, toda bondad, víctima de la osteoporosis, las caderas rotas, consumida por las llagas. Trabajaron duro, como casi todos los de su tiempo. Fueron jóvenes una vez. Fuertes, alegres, luchadores. Fueron. Ahora, que tenemos tantos títulos y másters, nuestra ignorancia vital nos hace más vulnerables. Engreídos de papel. Por ejemplo Huntington implica bastante más que un presunto choque de civilizaciones. Es el alzhéimer joven. No cierren los ojos. Como me relataba el padre de un crío afectado por una lesión cerebral, al salir del hospital sólo te espera un taxi. Sólo un taxi. Por consiguiente, éstas y todas las demás personas que ya no pueden reclamar lo que es de justicia para paliar su sufrimiento y alentar su esperanza, sólo nos tienen a nosotros, los próximos ex- capaces, los ex-potentes. A los soberbios, a los desinteresados, a los egoístas, más que la solidaridad hay que apuntarles su máxima: hoy por ti, mañana por mí. Y es que conviene que comencemos a ser conscientes de que la clásica red familiar que acogía a los abuelos se está achicando, o se deshilacha, o flojea. Mucho capaz y potente estará solo en la vida. Los presuntos amigos, compañeros, cofrades y camaradas desaparecerán con la visita de Huntington o con el primer ictus. No habrá cónyuge, ni hijos, ni padres. Nadie. Lo pondrán en la esquina, trocándole sus derechos por caridad institucional. Y no protestará. Tampoco votará, ni le escribirá al Defensor del Pueblo. Sólo subsistirá en el censo hasta que algún funcionario notifique su óbito al Registro Civil. Conviene pues que los potentes y capaces tejamos ya las redes de solidaridad que permitan recobrar la plena ciudadanía a quienes de facto fueron privados de ella por un aciago destino. Galicia, que es pródiga en ejemplos, debe convertirse en un referente de vigorosas organizaciones civiles que hagan respetar los derechos de quienes no pueden hacerlo por sí. Los derechos, no las gracias ni las mercedes, que se vigorizan con el respeto del derecho de quienes nos preceden en el mismo trance, que los demás habremos de afrontar, excepto los jóvenes difuntos. Algunos lo encararán en compañía, no pocos solos. Solos y olvidados, como si nunca hubieran sido. Peter Pan es un personaje de ficción. Conviene recordarlo. Como Dorian Gray. Nuestras capacidades son efímeras, pero a diferencia de los animales y su selvática ley, la bía que decían los griegos, nosotros hemos sido obsequiados con la díke, la justicia que glosó Hesíodo al escribir la primera fábula de la literatura occidental, y a la par podemos proyectar el futuro desde el presente.