Cuando se hiele el Rin

| XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS |

OPINIÓN

13 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

PARA DEFENDERSE de los nómadas, tres dinastías de emperadores chinos levantaron una muralla de 6.000 kilómetros de longitud. Su construcción se prolongó durante quince siglos, y ocupó a medio millón de hombres. Pero los nómadas entraron por otro sitio, y la muralla solo fue útil para China cuando se convirtió en polo de atracción de millones de turistas. También los romanos creyeron que era posible impermeabilizar la frontera del Norte, prohibiendo la construcción de puentes y barcazas en el Rin y el Danubio. Pero el día 31 de diciembre del año 406 se heló el Rin, y toda la caballería vándala cruzó el caudaloso río, camino del Mediterráneo. Si no ponemos cordura en este asunto, la soberbia, opulenta e irreflexiva Europa puede repetir la historia, tratando de construir una nueva muralla -de radares, cámaras, satélites, patrulleras y fronteras- que no sirva para nada, o que sólo sirva para que el presidente del FC Barcelona se quite los pantalones en el aeropuerto del Prat. Lejos de revisar nuestros errores, y decirnos ante el espejo las verdades del barquero, los ministros de Interior de la UE han emprendido una alocada carrera hacia el mito de la seguridad absoluta. Francia -¡otra vez Francia!- acaba de suspender la libre circulación de personas. E Inglaterra, la que ahora se siente ofendida por las críticas de Sarkozy, ni siquiera firmó el convenio de Schengen. Por eso hay que empezar a pensar en la posibilidad de que los terroristas se salgan con la suya y pongan fin a nuestra cultura de la libertad y la democracia. Europa sólo se entiende en régimen abierto, aunque sobre ella operen el IRA, las Brigadas Rojas, ETA, la Baader-Meinhof, la Mafia, la Camorra, la represión sobre Argelia, los episodios balcánicos y todas las barbaridades cometidas en nombre de la libertad. Frente a las heridas que nos hemos inferido a nosotros mismos, la amenaza del terrorismo islamista no sería más que un rasguño si no cayésemos en el error de aislarnos, como estamos haciendo, en la campana de cristal. ¿Y por qué lo hacemos así? Porque no queremos reconocer que, directamente o por mano interpuesta, gobernamos el mundo por la fuerza. Hemos dividido la humanidad en buenos y malos, y nos hemos atribuido el rol de los buenos. Pero todos sabemos que eso no es verdad, y que el caos sembrado en el Medio Oriente, en nombre del petróleo y del «western way of life», clama al cielo y a la historia. También hemos olvidado que la justicia engendra paz, y la violencia violencia. Y nos avergüenza reconocer que, a la hora de defender nuestro futuro, sólo nos fiamos de la guerra. Es nuestra maldición histórica, que empieza a rebrotar, otra vez, en todos los discursos.