04 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

NOS PARECE que podemos disponer de todo el agua dulce que queramos, pero los problemas que han ido apareciendo en las dos últimas décadas han hecho desvanecerse este espejismo. La demanda de agua en el mundo se ha triplicado, y la tendencia es al alza. Hay ya problemas serios. Lo más curioso de todo es que construimos piscinas, campos de golf e invernaderos en donde apenas caen cuatro gotas de lluvia al año. Una sociedad sostenible es la que puede satisfacer sus necesidades sin hipotecar el desarrollo de las generaciones futuras. La trágica situación en que se encuentra el entorno del mar de Aral, que ha perdido más del 80% de sus aguas por trasvases excesivos de sus afluentes, es una clara advertencia del desastre al que podemos estar abocados. Hasta fechas recientes los atlas describían al Aral como el cuarto lago más grande del mundo. En la década de los 60 los soviéticos asignaron a este área la función de proveedora de materias primas, sobre todo algodón. Dado el clima de la región, la irrigación era obligatoria, y el Aral y sus tributarios parecían un manantial inagotable. El fomento del riego fue espectacular. La población local aumentó rápidamente, pasó de 14 a cerca de 27 millones entre 1960 y 1980. En la actualidad, la zona sufre gravísimos problemas económicos, de salud y ecológicos. Y es que el corto plazo del hombre no casa bien con el largo plazo de la Naturaleza. Hace ya varios años, siendo director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza ya alertó acerca de la necesidad urgente e ineludible de reflexionar acerca de los criterios para distribuir el agua, bien básico donde los haya. El agua es el soporte de la vida. Poco caso le hemos hecho, y para ello no hace falta más que observar el lío que tenemos montado en España al respecto. Pues bien, imagínense ustedes lo que puede suceder en otras partes del mundo cuando el desencuentro en relación con la distribución del agua es entre países diferentes, en no pocas ocasiones con otras disputas abiertas. Esto es lo que ha llevado a vaticinar que el agua va a ser una de las causas que explicará las guerras del siglo XXI. Una política de precios no será suficiente para solucionar el problema que es, no se olvide, un problema global. Los políticos no deben jugar con este tema. Además, hay que fomentar una responsabilidad y una solidaridad que vayan más allá del bienestar individual o de grupo.