Toledo, primada y alhaja

OPINIÓN

07 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

TOLEDO es un edículo rodeado de colinas y cigarrales. A sus pies discurre encañonado el Tajo, con sus aguas negras contenidas por los sucesivos azudes. Arriba están las murallas y sus puertas, que salvaguardan la histórica ciudad donde se puede disfrutar de uno de los ejemplos más ricos y pedagógicos de la interculturalidad: allí, durante largo tiempo, convivieron pacíficamente los cristianos, judíos y árabes que construyeron tanta sabiduría y belleza. Dicen los toledanos que su catedral, por hermosa y grande, es una alhaja, tanto que la única que sería capaz de encerrarla, la de Sevilla, es para ellos la caja. Aquella palabra de clara ascendencia árabe todavía se utiliza en el lenguaje popular para señalar a la mujer, con el sentido halagador de nuestra rapaza o reina. Cual el edificio, tal es la riqueza que la sede primada de España guarda en su interior. Entre el esplendor del retablo, la rejería, la sillería del coro y las vidrieras, destaca la sacristía, con un imponente fresco de Lucas Jordán. Preside la cabecera El expolio de El Greco, su primera obra recién llegado de Italia, menos manierista que el magnífico apostolado que se distribuye en las paredes laterales. La puesta en escena de una de las grandes pinacotecas de España, con lienzos de Tiziano, Rafael, Caravaggio y otros maestros, colgados altos en confuso amasijo, dice poco a favor del Cabildo y la Junta. Recientemente la seo ha sido restaurada y sometida a un exagerado lifting antiedad. Bajo la luz que penetra por el «transparente» que perfora el deambulatorio para iluminar el trasdós del altar, reluce la falsa sillería redibujada en las plementerías de las bóvedas. Pero hay que mirar estos excesos con la indulgencia que trasciende de la sonrisa de la Virgen Blanca, uno de los rostros más serenos esculpidos por un gótico joven. La exhuberancia católica contrasta con la desnudez de la sinagoga del Tránsito, revestida sólo con la planitud de rasos y estucos, entre el silencio y la luz tamizada. El pan ácimo está dispuesto a la entrada para celebrar la pascua ecuménica. En plena primavera, Toledo trasciende el aroma de los pámpanos de acacia y estalla de color en los troncos floridos del árbol del amor. Calles que ya se engalanan para el Corpus y se cubren, como la sevillana de Sierpes, con toldos que atenúan el rigor del sol. El preludio de fiesta invita a que lo eclesiástico y lo civil se encuentren en paz, en un concierto que quite hierro a recientes desencuentros. Campa todavía la figura de don Marcelo González Martín, que recuerda a nuestro don Fernando Quiroga Palacios, enterrados ambos en las catedrales respectivas, benévolos detentadores de la púrpura, maestros del diálogo con el poder y el pueblo y buenos degustadores de cigarros habanos y, en su caso, de farias de A Coruña. Ya extramuros, se percibe el eco contemporáneo en la rendija que Elías Torres ha excavado en la ladera, con inteligencia y sensibilidad de buen arquitecto, una acertada operación construida en planos de hormigón y vegetación para mejorar la movilidad en una ciudad turística de topografía tan difícil.