Roa Bastos

La Voz

OPINIÓN

CARLOS G. REIGOSA

29 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

EL ESCRITOR paraguayo Augusto Roa Bastos, fallecido el pasado martes, era de baja estatura, tenía una mirada tierna y a la vez nostálgica, y sonreía con timidez. No era fácil adivinar en él al aguerrido hombre que, desde la literatura, combatió con tenacidad al dictador Alfredo Stroessner (1954-89), el sátrapa americano que le tocó en suerte. Pero lo combatió a su modo. Y eso le valió un largo exilio que, cuando terminó, ya había acrisolado su condición de habitante, no ya de un país, sino de una literatura: la de Yo, el Supremo (1974) y otras obras memorables. Tuve ocasión de hablar con él en varias ocasiones (inolvidables sus ojos alerta y su voz). Era fácil descubrir en su expresión el escepticismo del que conoce los límites (e incluso la inutilidad) de todo eso que sabe. Sólo se impacientaba levemente cuando alguien se empeñaba en contarle su propia historia: no le gustaban los panegiristas. En una ocasión le pregunté por las peculiaridades de su dictador literario, inspirado en el realísimo José Gaspar Rodríguez de Francia (y camufladamente en Stroessner) y me dijo: «Todos son iguales, todos abusan del poder, y el único espacio de dignidad que le dejan a uno es estar en contra de ellos. Pero suelen durar demasiado».