El legado de los vivos

MARÍA ANTONIA IGLESIAS

OPINIÓN

18 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

ME SUCEDE a mí como a los andaluces: que nunca me han gustado ni las lápidas laudatorias ni los homenajes póstumos. Siempre he pensado que son los vivos los que pueden disfrutar del olor de las flores. Estas reflexiones me llevaron al convencimiento, junto con un pequeño grupo de amigas periodistas, de que si había alguien en este país que, a pesar de sus noventa años, podía saborear con toda lucidez una noche de gloria, como la del pasado miércoles en Madrid, ese era Santiago Carrillo. El brillo empañado de sus ojos y sus emocionadas confidencias, entrada ya la madrugada, nos confirmaron que nuestro esfuerzo había logrado plenamente su objetivo. Sin embargo, lo que sucedió esa noche fue mucho más allá, remontó hasta las alturas donde habitan los más grandes sentimientos de la condición humana. Y, sobre todo, permitió que aquellos cientos de personas, convocadas por el carisma y la deuda de gratitud con Santiago Carrillo, tuvieran el privilegio de escuchar, de sus propios labios, el legado precioso de los protagonistas y testigos singulares de la transición. Desde la larga mesa presidencial fluyeron, como ríos en torrente de pasión por la política, las palabras hacedoras de aquel milagro de cordura, generosidad y talento de unos políticos sabios, capaces todavía de suscitar interés y admiración. Quienes les escuchamos tuvimos la certeza de estar siendo, en aquella sala y en aquella hora, los depositarios de un legado político singular por cuanto nada tenía que ver con un testamento que busca dejar memoria de una vida muerta. Recibimos, aquella noche irrepetible, el legado fresco y alentador de los vivos, de quienes desde aquella larga mesa de unidad en torno al ejemplo de Santiago Carrillo, estaban dando una lección práctica de coherencia y fe en la concordia: Martín Villa compartía mesa y mantel con Jordi Pujol, Rodríguez Ibarra aplaudía sin prejuicios al lendakari Ibarretxe, Herrero de Miñón festejaba el ardor revolucionario de José Saramago¿ Sólo el espíritu de la transición pudo lograr aquel espectáculo de pluralidad y talento. Junto a Santiago Carrillo se sentaba un hombre joven que afirmó que había venido a aprender de los políticos sabios que allí estaban reunidos. Resultó ser la más alentadora recompensa para el viejo luchador. Porque aquel joven demostraba el valor transversal del ejemplo del dirigente comunista, generación tras generación. Se había referido a los protagonistas de la transición llamándoles «ramillete de patriotas». Se llama, él, José Luis Rodríguez Zapatero y se llevó a su casa del palacio de La Moncloa, como un tesoro, el legado de los vivos.