04 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

RÍAS BAIXAS pretende convertir el albariño en una marca registrada. La extravagancia de exigir que se prohíba a la Cooperativa de O Ribeiro elaborar un vino con esta variedad así lo evidencia. No sé si el problema es que el caldo salga de esta comarca ourensana o que se cocine en la mayor bodega de Galicia. Porque en el mercado existen ya albariños sin denominación de origen Rías Baixas. Los hay en Portugal, en la Ribeira Sacra y últimamente en Estados Unidos. «Albariño» no es una denominación de origen que conceda a una determinada área geográfica la exclusividad de su producción. Es un tipo de uva que en O Ribeiro se ha cultivado históricamente, junto con otras autóctonas como la treixadura, el lado o el torrontés, y algunas importadas como el palomino, cuyo cultivo se generalizó cuando la filoxera arrumbó los viñedos tradicionales. A la vista de la constatada habilidad con la que Rías Baixas se ha construido su imagen -que se ha traducido en esos precios que todos sabemos tiene el albariño de esta zona- conviene estar atentos a la estrategia de su consejo regulador. Porque en esta historia de vinos, O Ribeiro ha cometido un pecado grave: no ha sabido venderse. Ni ha sabido borrar de la conciencia colectiva que el vino que sale de esas tierras ya no es aquel brebaje turbio, ácido y astringente, que fermentaba alentado por huesos de cerdo, se tomaba en toscas tazas y convertía la cabeza del bebedor en una auténtica papilla.