Las visiones de Wojtyla

RAMÓN CHAO

OPINIÓN

PILAR CANICOBA

03 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

UN ANCIANO enfermo, agotado, y que contra toda razón sigue representando a su gran empresa, suscita una reacción de simpatía piadosa, incluso si no se comparten sus creencias. Un políglota de tanto saber, de convicciones tan acendradas y fuerza de convicción exige un análisis adecuado a su personalidad, en lo que me entretengo desde que el presidente de la Iglesia católica se encuentra prácticamente desahuciado. Una de las grandes figuras de la humanidad es don Quijote. Tengo en la memoria la enésima lectura del libro de Cervantes (esta vez la de Rico) y en lo concerniente al enderezo de entuertos me sorprende la semejanza que hallo entre Wojtyla y nuestro caballero. Como Alonso el Bueno, este Papa no tiene el menor reparo en desafiar las leyes cuando éstas chocan su propia concepción de la libertad. En su primera salida, el ingenioso hidalgo se enfrente al rico Juan Haldudo, que está azotando a uno de sus mozos (Andrés), a lo que, según las leyes de la época, tenía perfecto derecho. Un derecho inaceptable para don Quijote, que rescata al mozo y exige a su amo que repare con maravedíes mal causado. El amo acepta, y apenas don Quijote se da media vuelta, se ensaña con Andresillo hasta dejarlo moribundo. Igual le pasó a Wojtila en su noble empeño de corregir desafueros. Por todos está aceptado que el muro de Berlín cayó, con el consecuente derrumbe del imperio soviético, tras su visita a Polonia y los lazos tejidos entre el Vaticano y el sindicato Solidaridad. Como en el Quijote, las loables intenciones del Papa fueron aniquiladas en el Este por la irrupción de la mafia económica y la trata de blancas, las privatizaciones y el paro consecuente, el recorte de salarios y de derechos laborales, la guerra en Chechenia y lo que siga. Su viaje a Cuba obedece a idéntico desliz mental. El Papa tiene la convicción de que la isla alberga el último bastión del comunismo, pero ya en fase agónica. Pensaba, y declaró, que su desplazamiento a La Habana produciría los mismos efectos inmediatos que en Polonia diez años antes. El cerco a Cuba fue organizado metódicamente: una Iglesia fuerte y disciplinada, sin las molestias de la teología de la liberación; establecimiento de relaciones cómplices con regímenes dictatoriales como los de Chile, Argentina y Filipinas; intervención en favor de Augusto Pinochet y beatificación, en 1998 del cardenal Stepinak, servidor del sistema fascista croata durante la Segunda Guerra mundial. Pese a tan buenas disposiciones, el régimen castrista salió reforzado de la visita. ¿Quién podría dudar de que Juan Pablo II rezó rosario tras rosario por África? Sin embargo, este aspecto de su interés queda empañado por la presencia del sida en ese continente. Ante la extensión de la epidemia (20 millones de muertos) invariablemente el mensaje del Vaticano es: « El control personal y la castidad son los únicos medios seguros y virtuosos de poner fin a la tragedia del sida» (Estadio de Kampala, Uganda, febrero de 1993). En cuanto al tratamiento de los seropositivos y enfermos, preconiza «solidaridad et generosidad» con ellos. Total, pese a las oraciones, la pandemia se sigue extendiendo. No cabe la menor duda de que el Papa estaba contra la Europa neoliberal por la que votamos hace dos semanas (en favor o en contra). Él ya había advertido a sus compatriotas: «Este proyecto implica la introducción en Polonia, gracias a la propaganda, de un sistema de consumo ultraliberal carente de valores. Es importante que Polonia se incorpore a la Unión Europea con sus propios valores, y no adaptándose a ciegas a las costumbres occidentales, asimilando lo peor de ellas. Los que votamos no hubiéramos deseado que estas palabras fuesen más difundidas en una nación tan católica como dicen que es España. No fue así. Sin duda el anciano enfermo y agotado está mal aconsejado o se le oculta la realidad. Porque un hombre tan virtuoso no puede comparar - en el capítulo 22 de su libro La democracia contemporánea , que acaba de salir en Italia, y que si el Dios de los católicos no lo impide será su testamento-, no puede comparar el aborto (derecho que tienen las mujeres a disponer libremente de su cuerpo) con el exterminio de millones de judíos (Holocausto) genocidio horrible, imperdonable, cometido por los nazis.