02 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

CUANDO SE anunció que un «comité de sabios» iba a acometer una reforma profunda de la televisión pública muchos se preguntaron qué virtudes pensarían introducir estos sabios en el espectáculo televisivo. La modestia no, me dije yo, considerando ese título tan poco humilde de «sabios» que se daban a sí mismos. Luego, cuando se supo la composición del comité, hubo algún gesto de sorpresa. El Gobierno había incluido a dos filósofos, que no se sabía muy bien qué pintaban a la hora de discutir la programación de la tele. Pero si uno de ellos, el venerable Don Emilio Lledó que presidía el comité, reconocía abiertamente no haber visto nunca la televisión ni tener siquiera una en su casa, al menos el otro, Fernando Savater contaba con el mérito de haber salido mucho en ella. Quizá con estos extraños fichajes lo que pretendía el presidente Zapatero era hacer verdad aquel viejo sueño platónico del «gobierno de los filósofos», literalmente. Pero lo que Zapatero seguramente ignora es que cuando Platón intentó él mismo poner en práctica su idea de que gobernasen los sabios acabó consiguiendo que el tirano de Siracusa se hiciese más tirano con sus consejos, y no menos, hasta que los dos terminaron a voces. También los sabios de la televisión han acabado peleándose, como se ha sabido ayer, lo cual es bastante triste pero muy apropiado, porque la discusión colectiva a gritos es el género televisivo por excelencia. Contratados para poner fin a la televisión basura , los sabios han acabado escenificandolo que parece, con todos mis respetos, un comité basura , tan gritón como un programa de Sardá. «Delirante, disparatado y marciano», ha llamado uno de los sabios a otro, el cual a su vez manifiesta su desacuerdo con la metodología de redacción del informe («está escrito con los pies», dijo). Y todo esto en el solemne y culto recogimiento de un ático de la Biblioteca Nacional, donde han pasado estos sabios precisamente nueve meses, como para poder luego hacer el chiste del parto. Y parto ha sido: doscientos folios que se resumen en dos ideas-fuerza: que la televisión pública debe ser pública y que a los cargos hay que nombrarlos en los órganos apropiados. No muy original, pero estoy de acuerdo. Cierto que imaginaba que nueve meses de sabiduría iban a dar para más. Menos mal que el resto de las decisiones no se las dejamos a los sabios, sino a los legos, y a veces incluso a los tontos. Al menos son más rápidos.