02 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

FRANCIA está conmocionada por el suicidio de dos chicas pactado por Internet. Antes sucedió en Japón. Según datos de la OMS, en los últimos años el suicidio ha aumentado un 60%, hasta alcanzar el 16 por cada 100.000 habitantes. Esta causa está entre las tres principales de muerte en las personas de 15 a 44 años; en un tercio de los países, el grupo de mayor riesgo son los jóvenes. El suicidio en médicos es siete veces mayor que en el resto de la población. Estamos ante un tema profundamente existencial, sobre el que no caben los juicios simplistas y estereotipados. Como comunidad, debemos sentirnos interpelados por estos datos, porque algo debe andar bastante mal en nuestras sociedades para que estemos produciendo este fenómeno. No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía, escribió Camus. ¿Qué puede llevar a un ser humano a poner punto final a su trayectoria existencial? Los golpes en la vida nunca vienen solos, esa es la verdad. Mil y una circunstancias pueden hacer que nos sintamos asediados de tal manera que no encontremos más salida que esa. Hasta los hombres sin evangelio, dijo Camus, tienen su Monte de los Olivos. El sentido de la vida es la más apremiante de las cuestiones. Matarse es confesar que la vida nos supera o que no la entendemos; en un universo privado de pronto de ilusiones y de luces, el hombre se siente extranjero. Habremos de buscar soluciones en el ámbito de la psicología y la psiquiatría, tendremos que afanarnos política y socialmente por eliminar los motivos de opresión que pueden conducir a este acto demencial; pero la solución más radical reside en ayudar a descubrir sentido a la vida. El umbral de frustración de nuestros jóvenes está cada vez más bajo. Desde este punto de vista, sigo advirtiendo de los grandes riesgos que existen en los pasos que se den hacia la legitimidad del auxilio médico al suicidio y de la eutanasia. Estoy convencido de que eso no será en absoluto adecuado para hacer frente a las necesidades de la inmensa mayoría de las personas que desean morir y, menos aún, para favorecer un mayor grado de felicidad en nuestras sociedades. El derecho y la moral han de actuar como barrera de contención de prácticas inadecuadas para el bien común y generar actitudes positivas hacia la vida.