Después del tsunami

IGNACIO RAMONET

OPINIÓN

PILAR CANICOBA

18 ene 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

CASI UN MES después del megaseísmo de Sumatra y de las olas asesinas causantes de una de las mayores catástrofes de la historia, ¿qué lecciones podemos sacar de este desastre? La primera es que se trata de una tragedia de dimensiones internacionales pocas veces alcanzadas: ocho países asiaticos y cinco africanos fueron golpeados el mismo día. Y entre las víctimas mortales hay ciudadanos de otros cuarenta y cinco Estados del mundo. Segunda consideracion: si no se hubiesen encontrado allí muchos occidentales -por razones turísticas- y si no se contasen entre ellos unos diez mil muertos o desaparecidos (2.000 suecos, 1.000 alemanes, 700 italianos, 500 austríacos, 200 franceses, 200 neozelandeses¿), los grandes medios de comunicación no le habrían dado, sin duda, la misma importancia a la tragedia. Tercero, cabe recordar que una catástrofe natural de intensidad idéntica causa muchas más víctimas en un país pobre que en uno rico. Por ejemplo, el terremoto de Bam, en Irán, acaecido justo un año antes, el 26 de diciembre de 2003, de una magnitud de 6,8 puntos en la escala de Richter, provocó 26.000 muertos. En tanto que otro de magnitud mayor -8 puntos-, ocurrido tres meses antes en la isla de Hokkaido, en Japón, no causó ningún muerto. ¿Somos desiguales ante los cataclismos? Sí. Cada año, las calamidades afectan en el planeta a 211 millones de personas. Dos tercios de ellas viven en países del Sur donde la pobreza aumenta su vulnerabilidad. El impacto humano de un seísmo, de un ciclón o de una inundación es muy diferente según los países. Depende de las precauciones que se hayan tomado para prevenir el desastre, que pueden ser muy costosas. Si un tsunami de fuerza idéntica al del 26 de diciembre hubiese azotado las costas del océano Pacífico en vez de las del Índico, el número de víctimas habría sido muy inferior. Porque los Estados del Pacífico -a iniciativa de tres grandes potencias: Estados Unidos, Japón y Canadá- han puesto a punto un sistema de detección que advierte de la llegada de las olas gigantes y permite a la población costera protegerse. Pero la compra, la instalación y el mantenimiento de ese sistema cuesta caro. La tragedia humana del océano Índico nos resulta espantosa porque la suma de todas esas muertes se ha producido en un solo día. Pero si observásemos -con la misma curiosidad que lo estamos haciendo ahora- esos países y a sus habitantes durante un año, asistiríamos como en cámara lenta a una catástrofe humana aun más trágica. Baste saber que, cada año, en los Estados del golfo de Bengala (Maldivas, India, Bangladesh, Birmania, Tailandia, Malasia e Indonesia), varios millones de personas (sobre todo niñas y niños) mueren porque consumen agua contaminada. La ayuda que se está prometiendo a los países damnificados por el tsunami se estima en unos cuatro mil millones de dolares. Muchos se felicitan por la importancia de la suma. Sin embargo es insignificante si se la compara con otros gastos. Por ejemplo, cuando el otoño pasado unos huracanes golpearon la Florida causando destrozos muy inferiores a los del 26 de diciembre, Washington entregó en el acto una ayuda de tres mil millones de dólares¿ Otro ejemplo, el presupuesto militar estadounidense alcanza, cada año, la suma astronómica de 400.000 millones de dólares¿ De todas maneras, las ayudas serán insuficientes para solucionar los problemas estructurales de los países damnificados. Los Estados ricos han decidido retrasar el cobro de los intereses de la deuda externa de los países víctimas. Esos intereses representan cada año 32.000 millones de dólares, o sea casi diez veces el total de la ayuda prometida¿ ¿Por qué retrasar el cobro? Hay que suprimir la deuda, como Washigton acaba de hacerlo con la deuda externa de Irak. Si se puede hacer con Irak, que es además un país rico en petróleo y gas, ¿por qué no hacerlo con países mucho más pobres y que acaban de ser víctimas de una de las mayores tragedias de la historia?