Ética en el desencanto

OPINIÓN

29 dic 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

TODOS LOS DÍAS conocemos noticias espeluznantes. En esta ocasión, un desastre natural de magnitudes tremendas, que siega la vida de miles de personas y deja a otras muchas más pobres y desvalidas de lo que ya estaban. Otras veces el mal y el sufrimiento se deben a la acción humana: guerras, maltratos, genocidios. Ante la desventura, casi todos reaccionan con gestos de desesperación y grandes lamentos. Pero a mí, lo que de verdad me inquieta cada vez más no es tanto la catadura moral de los individuos concretos -que siempre hubo gente mala o loca- cuanto el entorno que permite -e incluso fomenta- tales tropelías. Estoy hablando del abandono de las obligaciones, de la pereza moral, del afán de lucro como madre de todas las decisiones y del egocentrismo. Si el caos y los miserables y mezquinos prosperan en nuestro mundo, se debe a que hay demasiados vagos de conciencia cerrando los ojos o mirando hacia otra parte. En la actualidad todos tienen derechos pero parece que nadie tiene deberes. Esto, aparte de no ser realista ni coherente, es muy peligroso. Por desgracia, a los que hablamos de estas cosas y nos dedicamos a la enseñanza de la moral nos suelen calificar de profetas del pesimismo, cuando justamente decimos lo que decimos porque creemos en el ser humano y en la posibilidad de constituir una sociedad más justa y fraterna. Les confieso que en más de una ocasión he tenido verdaderas ganas de tirar la toalla y dedicarme a otra cosa; pero no puedo hacerlo porque me estaría traicionando a mí mismo. Una actitud de defensa de los derechos individuales, para ser coherente, ha de ir acompañada de la seriedad en el cumplimiento de las propias responsabilidades, sin olvidar el valor de la solidaridad y de la entrega generosa y desinteresada, más allá de la estricta obligación, que mueven a la excelencia moral. Por esa razón, me parece fantástico que la Sociedad Catalana de Medicina Familiar se preocupe de subrayar cuáles son los valores éticos que deben acompañar el ejercicio profesional de sus asociados: humanidad, cortesía, lealtad, equidad, respeto, prudencia, serenidad, honradez e integridad. Palabras todas ellas que parecían desaparecidas del léxico español, como si las virtudes no fuesen más que un recuerdo nostálgico o un trasto inútil que nada aporta a la sociedad actual. La vida es todo un arte, que requiere esfuerzo y, sobre todo, sensibilidad y delicadeza ante los demás.