Zapatero en su laberinto

OPINIÓN

11 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

EL MARTES PASADO, faena de aliño de Rajoy en la Moncloa, quien seguirá intentando que Zapatero abandone el burladero y entre cuanto antes a torear el marrajo territorial en medio de la plaza. El mismo día, Rodríguez Ibarra diciendo lo que no atreven a decir millones de españoles. Ayer Diada tripartita, con Maragall oficiando de lo suyo: un nacionalista que ignora que lo es. Y hoy, mitin en Bilbao del PSE, que marca la salida de unas elecciones, las vascas, que volverán a poner este país patas arriba. Sí, la verdad es que el presidente del Gobierno tiene motivos para exclamar lo que aquel general libertador, al que García Márquez dedicó un libro inolvidable: «Carajos, ¡como voy a salir de este laberinto!». Y es que el laberinto de Zapatero es de agárrate que hay curvas, muchas curvas: reforma constitucional, reformas estatutarias, plan Ibarretxe, financiación autonómica, conferencia de presidentes regionales. Resulta difícil imaginar que un Gobierno pueda meterse en más jardines, si su voluntad es, como parece ser la del Gobierno socialista, la de no estropear a las minorías sus parterres para mantener, de esa manera, el esquema -todos contra el PP- sobre el que la legislatura ha venido funcionando. Así ha sido, y así será mientras ocupen la agenda la violencia de genero, el matrimonio de los homosexuales o la reforma del divorcio. Pero en cuanto Zapatero se saque el conejo territorial de la chistera, desaparecerá la mágica paz en que ha vivido el PSOE desde su victoria electoral. De hecho, a poco que uno ponga, como los indios de las pelis , el oído en el terreno, podrá percibir la recia galopada de los que quieren llevarse el poblado por delante. El portavoz del PNV en el Congreso, Josu Erkoreka, dijo el otro día algo que era evidente diría antes o después: que la posición del PSOE en la cuestión territorial «se aproxima ya exactamente a la que venía ocupando el PP en la pasada legislatura». Pero no sólo galopa, claro, el PNV: también el tripartito catalán corre con sus caballos desbocados, amenazando con triturar lo que le ponga delante. Su decisión de que los diputados nacionales de los partidos que apoyan a Maragall actúen como un grupo de presión es tan insolente (y tan insólita) que si los restantes diputados del PSOE hicieran otro tanto, el Gobierno de Zapatero duraría lo que el agua en un cedazo. Porque ese, el de sus potenciales aliados es, en realidad, el centro del laberinto hacia el que se dirige Zapatero: un laberinto de «carajos» del que el presidente necesitará para salir la ayuda de quienes ganarían mucho, partidistamente hablando, dejándolo allí perdido para siempre. Es decir, hasta las próximas elecciones generales.