Tauromanía

| RAMÓN PERNAS |

OPINIÓN

14 may 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

EL TORO de Osborne, vieja reliquia hispana que publicitaba una marca de coñá, fue indultado de su sacrificio visual, y sembrado por los cerros que bordean las carreteras radiales del Estado -¿o hay que decir España?- para hacer del icono patrio una divisa y un referente en los manuales de comunicación. Yo no me considero en modo alguno representado por el toro diseñado por Manuel Prieto y que desde la década de los sesenta contamina amablemente los paisajes de las carreteras nacionales, y mucho menos cuando usurpa los escudos constitucionales de la bandera española. Es el logotipo de la furia española que yo consideraba desterrado del vocabulario coloquial, de la tetosterona que cita el ministro Bono en sus discursos, y por si no hubiera bastante con la cabra de la Legión, el ejército desplazado a Irak eligió el negro toro de Osborne como emblema en su campamento. Un reciente reportaje de Rodri García en este diario nos descubre que frente al toro racial e hispano, está surgiendo una nueva fauna de la comunicación, con toda suerte de bichos que conforman un nuevo animalario. Gatos, burros y vacas son la oferta básica de esta nueva forma de comunicarse. Pronto veremos en la bandera cuatribarrada catalana cómo el gato negro se vuelve rampante en esta reciente heráldica de diseño, aunque Cataluña también reivindica en pegatinas el burro autóctono que al parecer es una especie en extinción. Nuestra albiceleste enseña, la entrañable bandera de Galicia, ya tiene su vaca apacible y serena campando a sus anchas en medio de un prado virtual que hace que ondee con inusitada calma. Si el emblema de España es un toro, el de Galicia una vaca, los dos símbolos están bien para el estandarte de una tuna o una comparsa de carnaval. Yo he visto el nuevo escudo de España, en tiendas de deportes de Copenhague, y en todo tipo de eventos televisados tales como vueltas ciclistas, Roland Garros, mundiales de atletismo y espectáculos eurovisivos, varios y surtidos. Si durante los ominosos años de la dictadura fueron las águilas imperiales divisa oficial, a lo tonto y por tradición popular está siendo el toro de Osborne el sustituto oficioso. No tengo nada en contra de tan dóciles especies, vacas, gatos y burros incluidos, y menos contra los atributos que las razas vacunas comportan sean o no sean ubres, pero considero que bromas aparte, está habiendo una saturación mimética de fauna icónica. Supongo que la España de los lagartos y del lince ibérico, del urogallo y del rebeco, pronto debutarán reclamando una bandera que los cobije y los ampare y desde donde puedan exigir una ley específica de protección o una política de repoblación pidiendo bosques para sus hábitats. Todo se andará, y cosas veremos, espero que en las próximas navidades alguna bandera pía y confesional, tal vez la del Vaticano, incorpore al soso diseño de sus colores tradicionales una mula y un buey, elementos básicos del belén de siempre Cuando desterraron del paisaje al gordo más cordial de la historia de la obesidad, el icono de la marca Michelin, lo sentí, porque con él iba recorriendo los kilómetros y midiendo las distancias que faltaban hasta mi destino viajero. Sabía que, por ejemplo, entre Astorga y Madrid faltaban tres michelines. Al suprimirlos me dejaron sin referencias. Sólo indultaron al maldito toro y al muñeco de Tío Pepe. Indultaron a la España cañí: al fin y al cabo, el muñeco de los neumáticos es francés.