VAYA POR DELANTE que disfruto viendo muchas películas españolas y que defiendo las ayudas transparentes e imparciales desde el Estado a la industria del cine español, de modo que pueda competir en un mercado de bienes y servicios culturales cada vez más global. Sin embargo, la actual campaña de apoyo urgente al cine español que vemos estos días merece una lluvia de críticas. Los anuncios promovidos por la Federación de Asociaciones de Productores Audiovisuales Españoles se basan en una absurda superioridad moral de los españoles y recuperan el triste eslogan Spain is different , que parecía felizmente superado tras años de integración europea e internacionalización de nuestra economía. Uno de los aspectos criticables de esta publicidad es la caricatura que hace de Estados Unidos, simplificando y desfigurando su realidad social y cultural. Es cierto que la actual Administración Bush ha sido torpe en su relación con no pocos países y que esta actitud ha dado alas al antiamericanismo. Pero cualquiera que conozca de verdad Estados Unidos, con sus luces y sombras, rechaza estos clichés torpes que suprimen la creatividad, la capacidad de auto-crítica y la riqueza multicultural de la sociedad norteamericana. Lo peor de los anuncios es la sugerencia de que los sentimientos, aspiraciones, modos de actuar y pensamientos de los españoles son uniformes, enlatables y están pre-determinados, no se sabe si por la lengua, la raza, el RH, la paella o el clima. Las declaraciones de los mandamases del cine así lo sugieren: «El cine español nos representa y tenemos un deber de apoyarlo y amarlo» (sic), como si las películas fueran un ingrediente básico de un kit de identidad nacional y oficial. Esta identidad se impondría por los que están arriba a las incultas masas populares, incapaces de decidir por sí mismas si les gusta una película con independencia del pasaporte de su director, guionista o actores. Tal publicidad se queda a un paso de una visión monolítica, rancia y folclórica de nuestro país, en la que se desdibuja la noción de ser humano: los españoles seríamos muy iguales entre nosotros y muy distintos del resto de los indígenas de otras naciones. Entronca directamente con el casticismo, un mal histórico todavía presente en España. En efecto, el modo de pensar tribal sería risible si no tuviese otras manifestaciones más allá de la promoción del cine, tanto en discursos políticos identitarios como en exaltaciones deportivas y si no lastrase el objetivo de crear una sociedad más participativa, plural y abierta. El antídoto es bien sencillo: a principios del siglo XXI los españoles vivimos con bastante libertad y poco a poco podemos aspirar a ser algo más ilustrados y cosmopolitas.