Hacia la octava legislatura

| MANUEL MARLASCA |

OPINIÓN

19 ene 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

PRECEDIDO del lógico estruendo de las vísperas electorales pero con la normalidad de las previsiones constitucionales, se consumó ayer la legislatura de la mayoría absoluta del Partido Popular y nos encaminamos, con la disolución de las Cámaras y la llamada a las urnas, hacia la octava de nuestra democracia: la de 1977, con Adolfo Suárez, fue la constituyente; la de 1979, también con Suárez pero con una UCD en descomposición, fue la primera constitucional; la de 1982, la de la mayoría hegemónica del PSOE y la que supuso la alternancia, año y medio después del tejerazo del 23 F; todavía Felipe González ganó otras tres elecciones generales más, hasta la dulce derrota de 1996, preámbulo de una retirada que en los próximos comicios del 14 de marzo se consumará quien sabe si de forma definitiva porque el que todavía es el presidente con más años al frente del Ejecutivo español no será candidato. De manera que también por primera vez aspiran a la Moncloa dos candidatos inéditos: Mariano Rajoy, por el Partido Popular, y Rodríguez Zapatero, por el PSOE. Es la gran novedad de estos comicios ya oficialmente convocados y, sea cual sea el ganador, encontraremos un cambio de estilo en relación con lo que se ha venido llevando en los últimos ocho años. Podría pensarse que precisamente esta circunstancia es la que transmite la sensación de un cierto vértigo; pero no son las personas o el estilo los que producen esa impresión, sino el debate político sobre lo que es y lo que quiere ser España, mirada desde una óptica o desde otra; y no es tanto el clásico debate entre izquierda derecha cuanto entre nacionalismos, ya sean los llamados periféricos o el que podría ser enunciado por «España, nación». Porque, al final, pueden ser reconciliables los modelos económicos de unos y otros -no nos engañemos; en esto manda Europa-; ni siquiera se pueden ya echar en cara nepotismos, de moda como está colocar a hermanísimos en el despacho de al lado; podríamos discutir ad calendas graecas sobre si debate televisado sí o no; pero el vértigo viene por otro lado o, mejor, por otros lados. Lo que sería saludable es que de aquí al 14 de marzo, los dos candidatos fueran capaces de transmitir la confianza de su capacidad para pilotar sin vértigo esta octava singladura de nuestra democracia.