El frío cálculo de ETA

| XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS |

OPINIÓN

30 may 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

TAMPOCO esta vez teníamos a ETA contra las cuerdas. Sus comandos son cada vez más chapuceros, sus golpes fallan con frecuencia, y las detenciones de los asesinos son rápidas y numerosas. Pero nada de eso le va a preocupar a ETA mientras siga habiendo un flujo de chavales dispuestos a ocupar la vacante de los encarcelados, y mientras haya gente que siga creyendo que algunos problemas se pueden arreglar a base de bombas. Por eso estamos siempre al cabo de la calle. Por eso hacemos política con la extraña sensación de que ETA se mueve detrás de las bambalinas. Por eso basta un loco, o media docena de locos, para tener en vilo a cuarenta millones de pacíficos ciudadanos. Y por eso hay días como hoy en los que a todos nos embarga la ácida sensación de volver a las andadas Lo que ayer nos comunicó ETA, con la bomba de Sangüesa, son tres noticias muy malas: que los comandos se reconstruyen, que armas no les faltan -¡trescientas pistolas robadas en Francia!-, y que siguen encontrando fanáticos motivos para apretar el gatillo. Y por eso duele y amarga tanto el vil asesinato de Bonifacio Martín y Julián Envit: porque, además de ser una afrenta contra el orden de Dios, la naturaleza y la ley, nos mete en una partida estéril que se tantea con muertos. Por lo que ahora sabemos, ETA no mataba porque no podía, sino porque estaba esperando la cosecha de 120.000 votos nulos depositados en las urnas de Euskadi. Querían demostrar que el cáncer no tiene cura. Y así se explica que, tan pronto acabaron el recuento, adoptaran la decisión de darle posesión a esos votos y ponerlos a gobernar a su manera, sustituyendo las ordenanzas por bombas y los decretos de alcaldía por munición parabelum. En mi condición de hombre y ciudadano siento la absoluta necesidad de descargar mi condena sobre la banda y sus sicarios, y agotar hasta la última letra el diccionario de insultos y vituperios. Pero, en mi condición de politólogo, también tengo que reconocer que los asesinatos de Sangüesa obedecen a un cálculo frío y diabólico que despierta los peores presagios. No discrepo del discurso oficial que propone aislar a los etarras con la ley en la mano. Tampoco disiento de los que profetizan que Bonifacio y Julián no serán los últimos. Estoy dispuesto, si me llaman a ello, a salir con Aznar detrás de su pancarta. Y no tengo ninguna duda de que el único final posible es la derrota de ETA. Sólo me pregunto dónde está el cordón umbilical que alimenta a la banda. Porque estoy convencido de que nuestros tajos dan en hueso duro, y porque tengo la terrible sensación de que esta historia de muerte se está asentando, como un rito, en las entretelas de nuestra democracia.