Consabida deslealtad

| JUAN JOSÉ R. CALAZA |

OPINIÓN

26 mar 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

EL 14 DE MARZO, Jordi Pujol y Josep Piqué firmaron el convenio de colaboración entre la Generalitat y el Ministerio de Ciencia y Tecnología para crear el Consorcio Sincrotrón. Las aplicaciones industriales más interesantes se centran en áreas como la microelectrónica, la micromecánica, la química farmacéutica, la industria de alimentos, etcétera. A esta buena noticia para Cataluña, teóricamente también para España, hay que añadir la petición de Aznar a Bush, aprovechando el actual contexto de crisis internacional, para que el Reactor de Fusión Experimental Internacional (habitualmente conocido como ITER) se instale asimismo en Vandellós. Muchos expertos no dudan en comparar al ITER, por su transcendencia científica, tecnológica y económica con el CERN, en Ginebra, o la NASA. Bien le habrían venido a Galicia ambos proyectos aunque probablemente en Cataluña obtengan mejor rendimiento, en términos absolutos, y siendo así que las ventajas repartidas serán mayores se satisfará el espíritu de solidaridad territorial de la Constitución de todos los españoles. ¿Constitución de los españoles? Bueno, al parecer Artur Mas no lo tiene tan claro.El 23 de marzo, el hereu en nombre de CiU -pero desde su cargo de consejero en cap- se ha descolgado con una propuesta quebrantadora de los principios constitucionales que sancionan la unidad nacional y la residencia de la soberanía en el conjunto del pueblo español. El aniquilamiento de esos principios -pretendiendo, entre otras cosas, que el Parlamento de Cataluña sea el depositario de la soberanía catalana- no supone una reforma, cuya aceptación sería ya de por sí muy discutible, sino una derogación pura y simple de la Constitución de 1978 y del Estatuto de Sau.Lo que me sorprende verdaderamente en todo este guirigay es que la deslealtad catalanista coja por sorpresa a más de uno. En el PP y en el PSOE siempre han considerado que el sentido de la realidad de CiU, antítesis del PNV según ellos, es una garantía de sensatez y buen criterio opuesta a cualquier tentativa descoyuntadora. No es de extrañar, por tanto, que con esa falta de perspicacia fundamenten la desleal propuesta en la puja de CiU con Maragall, autor del descabellado proyecto de asimetría federalista que ya hemos criticado aquí. Y me sorprende sobremanera tanta ingenuidad porque, fuera de todo contexto electoralista, ya el 18 de marzo de 1998 publicaba Le Monde un largo artículo calificando a Cataluña de «nation sans Etat». En el colmo del desparpajo, para el diario francés la nación catalana es la de la vertiente sur de los Pirineos, estando la Catalogne francesa muy bien como está sin necesitar ningún Etat distinto del que ya tiene. Poco después, reconfortado por el apoyo moral enviado desde el país vecino, Jordi Pujol expuso sin traza de azoramiento, en una entrevista concedida al mismo diario en 13 de mayo, que era preciso «cambiar la estructura del Estado español», hurtando la mención a la secesión pues le podría haber salido un pan como unas obleas. Se trata, muy cautelosamente y fuera de toda razón, de encontrar una fórmula de Estado asociado, guardándose en la manga la posibilidad de asociarse, en el largo plazo, con quien más convenga; verbigracia, con Francia.Ante las iniciativas que con sañuda perseverancia no pasa día sin que se lancen desde la periferia contra la Constitución, ha llegado la hora de que surja el mismo espíritu desde el PP y el PSOE, pero en sentido contrario. Hay que revisar la Constitución, cierto es, de forma que los nacionalitaristas nunca puedan levantar en las Cortes una minoría estratégica que con sus votos, apoyándose en la debilidad parlamentaria de partidos ansiosos por gobernar, puedan cuestionar la territorialidad del poder en España. Dado que el asunto crucial es el siguiente. A mí y a los más nos da igual que muchos o pocos catalanes (o vascos, o gallegos) se consideren parte de nación distinta de la española, lo único que nos importa, pues nos va la propia existencia en ello, es que Cataluña es territorio español -de ahí que nos volquemos en los proyectos del Sincrotrón y del ITER- en el que la soberanía no es juego de quita y pon. ¿O no?