ME PASA lo mismo que a muchos otros colaboradores de este diario (Carlos G. Reigosa lo confesaba un día de estos). Yo también quisiera escribir sobre otro asunto, pero no me resulta posible. Me parecería darle la espalda a un problema tan grave, que nos afecta de lleno, de proa y de popa, a todos los gallegos. Por otra parte, sigue siendo el tema inevitable en la conversación con compañeros y amigos, en el trabajo o en la calle. La preocupación es general, lo mismo que la rabia contenida y la sensación de desgracia colectiva. Galicia en pleno, en la calle, Santiago inundado de paraguas: menos mal que la fe y la rabia se sobreponen al cansancio y a la impotencia. Porque esa mancha inmensa de fuel que se nos viene encima, que dañó el norte y amenaza el sur de esta tierra, empieza a adquirir tintes de tragedia clásica. La Negra sombra de Rosalía de Castro pudo haber sido una premonición poética de esta pesadilla negra. Igual que le ocurría a nuestra gran poetisa, cuando creemos que se ha alejado, «ós pés dos meus cabezales tornas facéndome mofas». Aunque en el caso del fuel, los únicos que creyeron, desde el principio, que la gran mancha y su negra sombra se alejarían de nuestras costas fueron los políticos -los gallegos y los de Madrid-, porque todos los demás sabíamos que estaría aquí, puntual y destructora. Ya llegó, fragmentada para hacer más daño, con siniestra perseverancia, algo así como El rayo que no cesa , del que hablaba Miguel Hernández. A estas alturas en que está dicho casi todo, recurro a la poesía porque es una forma de consuelo. Y, dado que fuerza lírica es algo de lo que siempre anduvo sobrada esta tierra tan sufrida, lo hago para apelar a algo que nos devuelva moral y coraje. De todo lo acontecido, de todo lo leído y escuchado sobre este asunto del petrolero, uno va llegando a conclusiones poco reconfortantes. Por ejemplo: en contra de lo que se nos vino diciendo, resulta que era posible hacer algo para alejar de las costas gallegas a estos grandes petroleros semiclandestinos. Ahora, con el desastre servido, lo hacen Francia, España y Portugal, con sendas fragatas de guerra como cancerberos de sus doscientas millas marítimas. Y nos enteramos de que hace años que Estados Unidos, unilateralmente, ha disuadido a estas grandes bombas flotantes de navegar por sus aguas, a base de exigir garantías económicas desorbitadas. ¿Por qué no se hizo algo así en las costas atlánticas? Y hay otra conclusión absolutamente desoladora: nos falta talante y actitud democrática. Se nota en la prepotencia de los buenos momentos y en la tozudez mantenida en las desgracias. Y lo peor es que no podemos decir que se deba a que los gobernantes actuales, autonómicos y estatales, sean de derechas. Sería fácil despachar el asunto así. Pero no sería justo (y en este paréntesis encerramos la macabra excursión, en otros tiempos políticos, de los bidones del Casón por carreteras gallegas sin que aún hoy sepamos sus causas). Además, quienes gobiernan en Francia son de la misma línea ideológica que los de aquí, y, sin embargo, no tuvieron ningún reparo en plantear el problema y, sobre todo, el modo de afrontarlo, en su Asamblea Nacional, que es el lugar adecuado para abordar un asunto de esta envergadura. Pues aquí, no. El caso es esconder información, vetar noticias en los medios de comunicación gubernamentales, prohibir sobrevolar la mancha de fuel y empeñarse en decir que esto no es «una marea negra». Será la Negra sombra , claro.