El oprobio de Europa

OPINIÓN

02 oct 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

LA ÉPOCA de los equilibrios armados, o de la guerra concebida como un instrumento de la política, empezó a hacer crisis cuando una misma generación de europeos tuvo que ver su tierra calcinada por dos guerras, sus ciudades y obras de arte arrasadas, los campos llenos de tumbas y el colapso de una admirable civilización avergonzada de sus propios desvaríos. Para todos se hizo evidente que una hipotética tercera guerra mundial sería la última, y por eso se generalizó la idea de que, si no se encontraban nuevas bases para definir y garantizar el orden internacional, iríamos a la ruina. Entre las variadas respuestas dadas a este problema cabe destacar dos hechos de especial envergadura histórica: la creación de la Unión Europea, que reordenaba el espacio del conflicto, y la construcción de un nuevo orden mundial, arbitrado por la ONU y basado en el respeto a los derechos humanos, la progresiva expansión de la democracia y la independencia de las naciones. Y, aunque es evidente que un tratado no convierte a los demonios en ángeles, ni hace líderes a los tiranos, ni llena de frutos los desiertos, también es verdad que el brillante final del siglo XX nos hizo creer que avanzábamos hacia la cooperación internacional, y que, si las democracias distinguen entre los que definen las normas, los que ejecutan las políticas y los que dirimen los conflictos, también la política internacional debería distinguir entre los que definen el orden de las naciones, los que dirimen los conflictos y los que están encargados de restaurar las situaciones alteradas por la violencia militar o política. Así se explica la extrema gravedad del giro impuesto por Bush a la política internacional. Porque repone el lenguaje desvergonzado de la guerra. Porque se erige en juez y parte de todos los conflictos. Porque confunde sus intereses con la justicia y su fuerza con el derecho, y porque niega todos los supuestos de pluralismo orientados a suavizar la violencia que mana de la desigualdad y la miseria. Y por eso hay que reputar como una enorme desgracia que Europa haya hecho dejación de su historia y de su trayectoria política para alinearse de forma vergonzosa con el militarismo incontenido, tragándose con oprobio el proyecto de un Tribunal Penal Internacional independiente, y aceptando la cobarde revisión de todos los avances impulsados por nuestras dolorosas experiencias. Da la sensación de que, a medio camino hacia la unión política, y faltos de toda dirección, hemos ganado miedo y perdido orientación, como si todos los mediocres hubiesen abandonado la carrera por el liderazgo europeo y aspirasen al puesto de grumete en los barcos del Pentágono.