Placeres perversos

BLANCA RIESTRA

OPINIÓN

11 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

SI ESCRIBIR es un vicio capital, quizás el mayor de todos, deporte de mentes enfermas aferradas a la ficción y al circunloquio, leer es aún más delicioso y quizás más depravado. Pocos placeres se comparan al de abrir un libro nuevo de autor desconocido y sumergirse en una historia contada de manera distinta y que nos habla de tú a tú, transmitiéndonos percepciones que creíamos volátiles, efímeras y únicas. A mí cada vez me pasa menos. Mis lecturas son cada vez menos sorprendentes. Por eso, qué deslumbramiento cuando la chispa salta. Este septiembre está resultando un mes repleto de descargas. Hace una semana, cayó entre mis manos La caverna de las ideas de José Carlos Somoza (el amigo wagneriano), recién aparecido en bolsillo. Somoza firma un thriller tan vertiginoso y divertido que ha merecido el premio anual de la Semana Negra de Gijón. En esta novela, un descifrador de enigmas y un filósofo de la Academia se pasean por la vida cotidiana de la Grecia clásica a la caza de un siniestro asesino de efebos. La reconstrucción de la Atenas de Platón es excelente y da pie a una inteligente reflexión sobre la entidad de realidad y ficción. ¿Existe una idea final que rija la creación del mundo?, ¿somos marionetas o fantasmas?, ¿vivimos ciertamente o somos sombras en un texto apócrifo? Y para colmo, no hace más de dos días, me he reencontrado (virtualmente) con la obra de Roberto Bolaño, novelista chileno de la escudería de Herralde. El acontecimiento coincidió con la reedición de los Detectives salvajes , premio Herralde y Rómulo Gallegos del 98. Ay, qué maravilla, señores míos. Hacía tiempo que no leía nada tan espeluznantemente maravilloso. Sí, en efecto, los Detectives salvajes es un carpetazo a Rayuela de Cortázar, pero también es tan La región más transparente de Fuentes, tan fantasmagórica, tan digna y al mismo tiempo tan emotiva con su crisol de primeras personas corales acumulándose hasta el infinito... ¿Cuál es la historia? La leyenda de los real-visceralistas, grupo de jóvenes poetas sin un duro en el México D.F. de finales de los setenta, la epopeya de una juventud enamorada del surrealismo francés y de esa literatura que sólo leen los desesperados, es decir, los adolescentes o los adultos inmaduros, como dice Joaquín Font. «La literatura del típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicida después de leer Werther ». ¡Qué delicia! Un libro coral, humorístico, poético y lleno de desnudez como el desierto de Sonora. Porque todos somos la Generación Perdida.