El ridículo de Blair

| MARÍA XOSÉ PORTEIRO |

OPINIÓN

HABITACIÓN PROPIA

07 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

FUERA LOS RUSOS de la disputa por el reparto de poder en el mundo, los americanos tienen ahora otros malos oficiales . Da igual que su icono se llame Bin Laden o Sadam Husein, lo imprescindible es que sean árabes y musulmanes. Si además tienen poder político o económico, serán acusados de inspirar la Yihad que tiende a identificarse desde la demagogia occidental con el peligro del terrorismo internacional. John Kennedy resolvió la crisis de los misiles sin implicar a las potencias europeas en su decisión de no atacar a Cuba que evitó una tercera guerra mundial, pero cuarenta años después George W. Bush intenta camuflar su determinación unilateral de declarar la guerra a Irak con el apoyo de Blair como único representante europeo invitado a este baile siniestro. Blair aparece como el primo afectuoso que desde el viejo continente está dispuesto a tapar las vergüenzas de un político mediocre, necesitado de enemigos externos para justificar su falta de carisma y de proyecto. Al primer ministro británico, cuya biografía parece mostrar como algo más culto y sensible que su colega americano, le recomendaría la lectura de la biografía de dos hombres que han dejado una huella indeleble en la Historia contemporánea para que desista de su ofrecimiento de derramar la sangre que los británicos comparten con los descendientes del Mayflower y se aplique el satyagraha gandhiano de «atenerse a la verdad y a la justicia», o la máxima del movimiento por la no violencia de Martin Luther King que propugnaba «buscar la justicia y la reconciliación, no la victoria». Al fin y al cabo, la verdad no siempre está del lado de los buenos oficiales ni de lo políticamente correcto.