VIAJO por la Galicia costera y una vez más constato con espanto las aberraciones urbanísticas consentidas. Son edificaciones de no más de veinte años y que constituyen un catálogo completo de lo que se debería haber evitado. Cuando la mayoría de estos edificios fueron construidos, ya teníamos como escarnio el crecimiento desordenado de localidades levantinas, primer monumento civil al feísmo en estado puro. Pero aquí no escarmentamos, no aprendimos ni en corral ajeno y el tren de la historia volvió a sorprendernos a espaldas de planes parciales y de un diseño de urbanismo más o menos racional Asociar progreso con hormigón es cuando menos peligroso, máxime en un país como el nuestro que vive una orfandad congénita de debates y de alternativas planteadas desde la sociedad civil. Si a grandes males se aplican grandes remedios, de repente Galicia entera logró un consenso equilibradamente unánime para, al menos, señalar con el dedo público los atentados estéticos, el feísmo en suma, y desde la Administración, que fue cómplice e impulsora hasta hace media hora de toda suerte de desaguisados, se decretó como por arte del birlibirloque que Galicia estaba enferma del mal atávico del feísmo, y que a partir de entonces había que evitar lo evitable, paralizando licencias y anulando planes de reforma interior e incluso planes generales. Constructores y promotores del feísmo imperante, al verlas venir, y mucho antes que los conselleiros del ramo dictaran sus ucases, comenzaron a aplicar retoques en su oferta y descubrieron la piedra artificial para acicalar fachadas y el hierro forjado para mantener la tradición en los balcones. Más héteme aquí que el nuevo planteamiento fue realizado en moles ingentes de colmenas habitables, en urbanizaciones levantadas en los pueblos que están inaugurando la nueva era del feísmo contemporáneo. Ya ha llegado el neofeísmo que avanza imparable. El verano, que normalmente ciega los ojos a turistas y aborígenes, está abriéndolos este año por mor del tiempo tan revuelto que tenemos. Miramos menos el mar y más los edificios. Pueblos del turismo emblemático y emergente como Sanxenxo son un desastre del binomio especulación y feísmo. Aquello que pudo ser mimado, construido con exquisito gusto, fue realizado con verdadera saña feísta. En ocasiones pienso que no tenemos remedio pero me niego a caer en el pesimismo reduccionista que históricamente constituyó una de las más nefastas características atribuidas al carácter gallego. Claro que hay remedio, legislación suficiente y ganas de hacer bien las cosas. Lo malo es que permanentemente llegamos tarde a nosotros mismos y nos instalamos en nuestras contradicciones relegándolas al nivel de denuncia tibia y de queja en voz alta, olvidándonos con demasiada frecuencia de que el futuro está aquí al lado y que una vez más nos va a pillar despistados, distraídos y atolondrados. Mal que nos pese.