«Eta pro nobis»

ALFONSO DE LA VEGA

OPINIÓN

24 jul 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

CON ESTE sugestivo título, el escritor y periodista bilbaíno Iñaki Ezkerra ha escrito, desde la perspectiva de la piedad laica un interesante y clarificador libro acerca del papel de la iglesia vasca en la génesis «y permanencia de la barbarie etarra. Libro valiente y apasionado, su autor es miembro del admirable Foro de Ermua, que choca con la cobardía y la hipocresía que constituyen el paisaje dominante de esa «España provinciana y revenida de La Regenta» que es el País Vasco, presa del «omnímodo poder que sigue teniendo la Iglesia y el nacionalismo a través de ella». Una Iglesia vasca soberbia y cómplice, cantonalista y sectaria que ignora la contundente afirmación del propio Papa Wojtyla de que «el nacionalismo es la gangrena de la Humanidad». Para Ezkerra, «en la cabeza del nacionalista las ideas políticas circulan por las mismas estructuras y conductos neuronales que las creencias religiosas, en unos casos sustituyendo a las primeras y en otros conviviendo y mezclándose de manera caótica». Se internaliza la culpa, el pecado original de no ser suficientemente nacionalista. La imaginería y sentimentalismo marianos, («la percepción sentimental muy profunda de la Virgen de Aranzazu como la madre de Euskal Herria»), son identificadas con la pureza de la madre, la tierra y la lengua vascas... Se revistan actuaciones de los obispos nacionalistas embarcados en una peculiar cruzada contra los ateos o incrédulos de la religión y/o el nacionalismo sabiniano, en la que se enmarca la persecución a Jaime Larrinaga, el primer cura con escolta: Setién «representa la maldad pura y simple que no trata de disimular». Uriarte «es el verdadero agujero negro de la razón y de la lógica». Sebastián achaca culpabilidades a las propias víctimas y los colectivos laicos o de izquierdas que las defienden porque son gentes «que no aman a Dios, que no son católicos y que, por tanto, no pueden estar del todo contra la violencia». Y las de otros clérigos de menor jerarquía. Este libro termina expresando la certeza tenebrosa de «que si la Iglesia oficial vasca se lo hubiera propuesto de verdad, ETA no existiría».