Muy clara tiene que ser la percepción de deterioro de la imagen del Gobierno, muy negativos los pronósticos demoscópicos y más sombría de lo que parece la situación interna del Partido Popular, para que Aznar acometa una crisis del Gobierno de tales dimensiones, que afecta no sólo al Ejecutivo sino a importantes instituciones, con notable desprecio hacia las mismas, como las presidencias de las comunidades autónomas de Madrid y Valencia y la presidencia del Senado. Con excepción de Mayor Oreja, cuyo concurso en el País Vasco, hasta las elecciones, es considerado imprescindible, Aznar ha movilizado en la reciente crisis de Gobierno a todos los efectivos políticos de los que dispone. Una maniobra de tal amplitud no puede explicarse sólo por las necesidades que se derivan del próximo debate del estado de la Nación. Tiene relación con la pérdida de iniciativa política, con la huelga general, cuyo éxito aflora ahora con toda intensidad, con la soledad política del PP evidenciada en las últimas votaciones producidas en el Congreso, con el proceso sucesorio que Aznar quiere controlar hasta el final y, desde luego con el rechazo, cada día más visible, a un estilo de gobierno basado en la prepotencia y altanería de la que hace gala cotidianamente el presidente Aznar. El cambio de cinco ministros (que serían siete si Piqué y Matas no necesitaran la cobertura gubernamental para afrontar sus problemas judiciales), es el reconocimiento explícito de un rotundo fracaso y constituye un intento de revertir un proceso que conduce inexorablemente a la derrota política y electoral. Un ejemplo de política económica ilustra bien la situación por la que atraviesa el Gobierno. Cuando el valor de la moneda de un país cae, el gobierno correspondiente intenta sostener su divisa. Para ello se ve obligado a invertir los recursos de que dispone en la compra de su propia moneda con el fin de sostener su valor. Si no lo consigue, el gobierno se queda sin reservas. No hay más divisas que vender, la moneda se hunde y otros protagonistas, frecuentemente ajenos al gobierno, cosechan jugosos beneficios. Aznar ha de ser consciente que ha invertido todos sus recursos políticos en esta crisis, con el fin de salvar la cotización de su Gobierno y de su partido. Pero todo ello resultará inútil si el presidente no introduce un cambio sustancial en su política y en su estilo de gobernar. Se habrá quedado sin reservas, el valor político de su Gobierno seguirá cayendo y la oposición hará un gran negocio electoral antes de lo previsto.