ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
16 abr 2002 . Actualizado a las 07:00 h.¡Ojo!, no vayan a malentenderme los vigueses. Vigo es una ciudad fuerte y pujante que, además de haber resistido la crisis demográfica que arrasa a este país, ha conseguido, gracias al esfuerzo de miles de trabajadores, comerciantes y empresarios, levantarse sobre las cenizas de una reconversión que demolió gran parte de su tejido productivo. De hecho, Vigo colidera económicamente, junto a Oporto, una macrorregión en pleno dinamismo, que constituye hoy el polo de desarrollo más notable de eso que hemos dado en llamar el eje Atlántico. Por lo tanto, Vigo existe. ¡Vaya que si existe! Es la gran ciudad que todos, dentro y fuera de Galicia, conocemos y apreciamos. Pero, al mismo tiempo, hay un Vigo que está desde hace mucho desaparecido: el oficial. En esta perspectiva, la de su representación política local, Vigo es como aquel Castroforte del Baralla que la portentosa imaginación de Gonzalo Torrente Ballester imaginó, en La saga/fuga de J.B. , a la deriva encima de una nube. No hay más que ver los datos comparativos del último barómetro urbano publicado por La Voz de Galicia para comprobar hasta qué punto esa ciudad trabajadora e industriosa ha debido avanzar sin contar para nada con sus políticos locales y, aún en ocasiones, contra su inepcia, irresponsabilidad o frivolidad. El alcalde de Vigo es hoy, con diferencia, el peor valorado de Galicia, lo mismo que quienes, en el consistorio, se le oponen. El juicio sobre la situación política viguesa es también, sin paliativos, lamentable: opinan que es buena o muy buena el 11% de los vigueses, mientras la tachan de mala o muy mala ¡el 45%! Vamos, un auténtico desastre. Sería, sin embargo, demagógico e injusto cargar las tintas sobre el equipo de Pérez Castrillo, o los de sus opositores o sus socios: y es que ese desastre viene, a la postre, a traducir el malhadado destino final de una ciudad perseguida por los peores equipos municipales que las grandes ciudades gallegas han conocido desde el inicio mismo del proceso democrático. ¡O es que nadie se acuerda ya del inefable Manuel Soto que, al contrario de Saturno, hubo de ser devorado por sus hijos! Es en este desgraciadísimo contexto en el que la noticia de la candidatura de Ventura Pérez Mariño como independiente en las listas socialistas no puede ser más que recibida con alivio. Y ello no sólo porque retornará a la política con una aureola de seriedad y honestidad que tantos vigueses han echado en falta en estos años, sino también porque muy probablemente su prestigio favorecerá la elevación del perfil de los candidatos que con él habrán de competir. Desde esa perspectiva, y gane quien gane las municipales, el Vigo oficial habrá ganado ya de todos modos. Tanto que quizá de una vez vuelva a existir y a bajarse de la nube. O mejor, del nubarrón.