HABANERA

La Voz

OPINIÓN

RAMÓN PERNAS

09 nov 2001 . Actualizado a las 06:00 h.

María Zambrano definió la isla de Cuba como una cebolla. Decía la escritora que era un conjunto de capas sociales superpuestas. Ahora, hoy, sólo hay dos capas en la antigua cebolla: la sociedad del dólar y la cultura del peso. La corrupción está acabando con el sueño revolucionario. Aquella revolución que tanto amamos es sólo un fracaso de todas las utopías. Apenas la belleza ajada e insolente de La Habana se salva de los restos de un naufragio certero. Se ha malacostumbrado al pueblo cubano. Se convirtió en un mendigo colectivo -dáme algo mi amol- a fuerza de no tener incentivos que merezcan un compromiso. La mala conciencia del turista accidental y occidental, cargado de medicinas a punto de caducar y ropa de pasadas temporadas, ha creado un nuevo habanero pedigüeño y servil, apostado en las decadentes calles de una Habana que, parodiando a Guillermo Cabrera ya no es para una infanta difunta. Esa Habana desolada en su convulsa belleza de vieja desdentada es la que se encontrarán los treinta alcaldes mariñanos que van a oficiar y apadrinar la ceremonia de hermanamiento de Viveiro con La Habana Vieja. Y habrá fiesta en los restos, en lo que queda de un espléndido Centro Gallego, orgullo en su día del mejor y más numeroso colectivo habanero. Hoy el Centro Gallego es únicamente el salón de los bailes sociales de antaño. Habitado por un puñado de ancianos entusiastas que comandados por el doctor Barros se reparten los lotes navideños y las aspirinas que envía la Xunta. La burocracia revolucionaria, que no la revolución, expropió no sólo las propiedades sino también todos los sueños. El discurso cubano es tan complejo como simple. Un pueblo perfectamente desinformado que no sabe lo que ocurre en el mundo ni que hay otros mundos al este del edén del enemigo yanqui y del embargo. Una vanguardia intelectual educada en, entre, para, por, según el marxismo y todas sus variantes y un gobierno con una cara amable y juvenil que levanta estatuas a Lennon y a Lenin en el mismo parque. Una mañana paseando por la calle Obispo, invadido por esa extraña pereza tropical que contagia la luz de La Habana , me detuve ante un pequeño perro que me ladraba suave, llegué a pensar que con acento caribeño. Tenía una hermosa cabeza y unos ojos infinitos, pero su pequeño cuerpo carecía de pelo. Tenía la tiña. Fue una postal de Cuba, una metáfora de lo que es hoy La Habana... Continué mi paseo y fui a dar a Floridita, porque, se lo aseguro, no hay nada mejor que yo conozca que un daiquiri helado en un mediodía habanero.