XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS
24 sep 2000 . Actualizado a las 07:00 h.No sé en qué estaría pensando Iñaki de Loiola, militar y vasco, cuando redactaba su más celebrada sentencia: «En tiempo de tribulación no conviene hacer mudanza». Pero estoy seguro de que acertaríamos si escribiésemos esa frase en letras de oro y la convirtiésemos en lema de los que luchan contra el terror desde sus responsabilidades judiciales, ejecutivas y, sobre todo, legislativas. Porque la angustia es mala consejera, y porque no se puede cometer mayor error que el de particularizar un instrumento de naturaleza universal, como es la ley, para controlar a esos bárbaros que pretenden construir el futuro sobre las cenizas del presente. Lo que ahora se concibe como agua, destinada a apagar el incendio vasco, puede convertirse en pura gasolina cuando se aplique a un chaval de Murcia que tomó dos copas de más y arremetió contra las farolas. Y lo que tiene una lógica aplastante cuando se establece la ecuación general entre ETA, HB y la kale borroca, resulta una estupidez flagrante cuando lleva a un joven a la cárcel por quemar una papelera, y deja a otro en la calle porque es menor de edad y sólo mató a su padre. Lejos de estar al servicio de la impunidad criminal, todas las garantías procesales, y sus más intrincados distingos, nacieron al servicio del inocente, como fuente inexpugnable de su propia libertad. Y por eso es un error legislar con la mente puesta en las minorías, como si los buenos no pasasen jamás por los juzgados. ¿De qué sirvieron las modificaciones penales contra el narcotráfico? ¿Qué ganan los americanos con las inyecciones letales? ¿Qué cambio produjeron las precipitadas leyes arbitradas contra el acoso y los malos tratos? Si la respuesta es nada, como me temo, es un grave error trasladar al Código Penal toda la casuística del orden público, rompiendo la sistemática y la coherencia de esta Ley básica que es determinante de toda la actividad social. Cuando Aznar borró la sutil frontera que separa al terrorista del cojo Manteca, estaba pisando un terreno que no se atrevió a hollar ni el mismísimo Franco. Y por eso le aconsejaría frenar el carro, mirar a España entera, y abandonar esta pomada sintomática que tiene en preparación. Porque, incluso en temas de terrorismo, es muy malo que las instituciones apliquen la lógica del carbonero. Porque nos estamos jugando una cultura jurídica de siglos. Y porque es una enorme verdad que «en tiempo de tribulación no conviene hacer mudanza».