Vaya por delante a que nuestra generación llegó muy tarde al cine de Esther Williams. Es más, tuvimos que aguardar a finales de los setenta para repescar en televisión alguna de sus películas con la explosión de color que eran los grandes musicales de la Metro, porque en cuestión de reposiciones, ya no accedían a las pantallas. Hasta entonces, nos bastaba con verla en las ilustraciones y en los cromos? Fue ahí cuando supimos que abanderó una renovación del musical a partir de sus incuestionables aptitudes de nadadora, camino de los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1940. La Segunda Guerra Mundial sería la culpable de haber perdido a una campeona olímpica y haber ganado una estrella con apenas 19 años, un físico muy apañado y casi 1,75 de altura. Normal que la casa del león le lanzara sus garras, aunque antes se ganara un puñado de buenos dólares como modelo y en exhibiciones acuáticas junto a otro crac de las aguas, el recordman Johnny Weissmuller, que ya luciera taparrabos en los primeros Tarzán para la misma Metro.
Total que, el bikini de Williams tentó a un productor en 1942, que la invitó a hacer lo mismo, pero ahora para un género en boga, el musical. Aportando una novedad: el agua. Coreografías acuáticas que tendrían su culmen en Escuela de sirenas, realizado en 1944 por el muy solvente artesano George Sidney. A la explosión de color, realzada por el gran Harry Stradling cuando todavía predominaba el blanco y negro, se sumaba la música de Xavier Cugat. Revisada ahora, sus mejores secuencias todavía siguen sorprendiendo pese a su regusto casi hortera. Verla asomar de la piscina, con un truculento entramado de bombillas relucientes a su espalda, produce tanto asombro como inquietud ante el riesgo de quedar electrocutada...
Aunque llevaba dos pequeñas apariciones anteriores, Esther Williams se había convertido de la noche a la mañana, o si se prefiere en apenas dos años, en una gran estrella. Dos años después, Ziegfeld Follies, otra demostración de poderío de la MGM ante el género, la confirmaba en su trono, compartiendo reparto con Fred Astaire, Gene Kelly, Cyd Charisse y Judy Garland, entre muchos otros. Y los directores se sucederían, entre ellos el gran Busby Berkeley en Llévame a ver el partido (1949) junto a Kelly y Frank Sinatra. Pero aquella estrella que nació rutilante, se fue apagando hasta su retiro, casi olvidada en los primeros sesenta. Cuentan que Clark Gable la bautizó como «sirena de América». Una cosa sí es cierta, no hubo otra.