Rafael del Pino, presidente de Ferrovial
Rafael del Pino, presidente de Ferrovial FERROVIAL

07 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La noticia del cambio de sede social de Ferrovial a los Países Bajos, hace ya un mes, produjo un revuelo enorme; las reacciones del Gobierno y de otros opinantes nos comunicaron una cierta indignación, porque aquella empresa vivió principalmente de la obra pública y entonces se supone que tenía que aguantarse con el país que la amamantó y no emigrar. Ahora mismo, ese prejuicio moral tiene entrampado a Adif, que al parecer miraba como favorita a Ferrovial para una gran obra en Cataluña, pero ahora se debate entre dársela, con lo cual los indignados pueden acusar al Gobierno de venderse al capitalismo salvaje, o negársela, con lo cual los no indignados pueden acusar al Gobierno de autoritarismo.

El lamento por la fuga de Ferrovial parece contradictorio con la crítica general que se viene haciendo al llamado capitalismo de amiguetes desde la etapa privatizadora de Solchaga, primero, y la que protagonizó José María Aznar, después. La Administración pública tiene que abandonar las amistades en sus contrataciones, porque el capitalismo de amigos es corrupción. No se trata de una lacra española, ni de una idea vaga. Se da en todo el mundo y lo miden los economistas. The Economist decía estos días que la crony-economy, que es como le llaman en inglés a este asunto, ocupa un 3 % del PIB mundial, procede sobre todo de países autoritarios, pero aumenta también en los países clasificados como democracias.

La crítica contra la economía de élites clientelares y gobiernos prisioneros de sus favores no es solo ética o legalista; incide en que, además de injusticia, frena la productividad. Algunos, como García-Santana y Pijoan-Mas, afirman que el fuerte crecimiento económico español desde los noventa hasta el 2007 no llevó paralelo un aumento de la productividad porque se asignaron muchos recursos a empresas con buenas relaciones pero poco productivas. Aunque aquí se ha avanzado en la lucha contra la corrupción, la práctica clientelar debe de seguir bastante asentada. Volveremos a hablar de capitalismo de amiguetes cuando salga el juicio de las mascarillas de Madrid.