Algunos psiquiatras afirman que nuestro cerebro está diseñado para buscar la supervivencia. Durante milenios, nuestra única tarea fue cazar para sobrevivir, no para alcanzar la felicidad. Estamos diseñados para detectar amenazas: no escuchar el peligro puede suponer el final de una vida, de un desarrollo profesional o de una carrera política. Galicia está en un momento dulce de su historia. En cuarenta años los cambios han sido radicales y una buena parte de la sociedad empresarial, la que mejor conozco, cree que hemos vuelto a ser una tierra de oportunidades. ¿Opina lo mismo nuestra clase política?
Antes de responder, sería bueno recordar que todo emprendedor ha llegado a donde ha llegado porque en su esfera profesional ha detectado oportunidades donde otros solo veían amenazas. Se han rebelado ante la máxima «si algo funciona, no lo toques», pero han hecho algo más: han tenido la inteligencia de meter los miedos en el armario y bailar, adecuadamente, con el riesgo. A mayores, han sabido vender y gestionar la oportunidad detectada. Cuando uno se encuentra suele pensar que es de los suyos. Automáticamente, siente el vínculo: tal vez uno facture cien mil euros y el otro cien millones. No importa. Porque el que alcanzó los cien millones antes estuvo en cien mil. Por eso lo entiende.
Lo que no está entendiendo esta sociedad empresarial es que, ante este espacio de oportunidades, algunos políticos, más de los deseables, se coloquen en modo de «supervivencia». No tienen ideología, afirman algunos. Prefiero pensar que ven, en cada esquina, amenazas y solo disparan a puerta cuando está vacía, no vaya a ser que el portero lo pare y genere un contrataque mortal. Para aquellos que no tengan ambición de país está bien: nada pasa, nada ocurre. El sopor también es un arma política, cierto, siempre y cuando tu electorado no sea ambicioso. Y aquí me atrevo a afirmar que bastantes cometen un grave error: ignorar las ambiciones de nuestras clases medias. Han cambiado, están ampliamente formadas, con capacidad de análisis y ansiosas de libertades. Algunos pensaban que así solo eran en Madrid, pero Juanma Moreno nos ha demostrado que en Andalucía también, y me atrevo a afirmar que, en Galicia, lo mismo. Si el problema de muchos políticos son sus miedos, que usen la racionalidad y creen espacios de bajo riesgo . Algo que se logra con el diálogo, generando espacios que eviten la confrontación. Quizá parezca imposible. En ese supuesto, solo queda una alternativa: hablarle a su sociedad, porque escuchará.
Hay proyectos empresariales en determinados municipios que caminan a la máxima velocidad. Nadie manipula, nadie desinforma, nadie judicializa, nadie obstaculiza. Todo fluye. En cambio, en otros, todo se bloquea. Funcionarios denunciados por prevaricación y que, dadas las dificultades técnicas de los jueces para valorar el alcance de la demanda, acaban imputados. La judicialización da verosimilitud al relato de quien desea parar, a través de infundir miedo. ¿Y cuál es la conclusión de todo esto? Funcionarios reacios a firmar informes o, en el mejor de los casos, propensos a ralentizarlos. Y sin las firmas de los técnicos, se impone el modo de supervivencia.
Ahora que arrancan las municipales, a uno le da la impresión de que bastantes programas nacen sin retos. Acaso demostrar que, con su gestión, el ayuntamiento funcionará. Meta más que pobre. Ahí están Málaga o Bilbao, denostadas hace unas décadas y hoy polos indiscutibles de atracción e inversión. Con miedos puedes sobrevivir y quizás incluso llegar a ser presidente, pero lo que nunca conseguirás es transformar tu realidad.