La pandemia ha destapado un desequilibrio que ya existía: la influencia que el gigante asiático venía ejerciendo sobre las economías occidentales. Sus líderes propugnan una nueva estrategia para crecer, donde las patentes y la tecnología le den el impulso definitivo para convertirse en la
28 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Entre los datos que proporciona en su descripción en las redes sociales, Tom Van der Heyden (Amberes, 1965) destaca su entusiasmo por los viajes, pero lo que le complace realmente es hacer negocios con China. Experimentado conocedor de los entresijos de los mercados emergentes y asiáticos, este belga de nacimiento despliega su red de negocios y conocimiento desde Barcelona, donde tiene fijada su residencia. Cofundador y consejero delegado de S3 Group, una consultoría especializada en proyectos de internalización en mercados de Latinoamérica y Asia, aglutina un extenso currículo académico y docente que compagina con su faceta como hombre de negocios. Van der Heyden analiza algunas de las claves que han llevado al gigante asiático a la posición de liderazgo que hoy ostenta en el contexto mundial
—¿Cómo ha llegado China a ser clave en la economía mundial?
—Empezó hace 30 o 40 años con un cambio político y económico muy significativo, cuando decidió que su sistema de mirar hacia dentro no funcionaba y tenía que hacerlo hacia fuera. Permitió inversiones extranjeras, que se abriesen fábricas bajo condiciones muy favorables aprovechando una mano de obra barata y, sobre todo, muy abundante. Tanto que nunca antes en la historia se había creado tan de repente un pool de mano de obra disponible a semejante escala mediante una serie de acuerdos con países occidentales. Muchas empresas occidentales vieron grandes oportunidades para generar beneficios y ser más competitivas. A la vez, se inició un desarrollo económico sin precedentes. Jamás había pasado algo semejante. Durante décadas, China creció de media un 10 % al año. Al final lo ha hecho tan bien, que ha acabado convirtiéndose en la segunda economía mundial y será la primera en algún momento.
—¿China entendió que el liderazgo lo obtendría con la economía?
—Totalmente. Ha sido un ejercicio de gestión económica excelente. Lo han planificado y ejecutado muy bien.
—Claro que resulta menos complicado en un país donde todo el control lo ejerce el Gobierno.
—Está claro que hay un contexto político en el que a los líderes chinos no les preocupan las siguientes elecciones. El horizonte de decisión y de planificación no es de 4 años. Todo lo hacen con vistas de al menos 20 años, se percibe en su manera de tomar posiciones en torno, por ejemplo, al suministro de materias primas, las energías renovables o el control de minerales especiales, toda una serie de elementos que están pendientes de resolver en Occidente, pero como tiene tantas cosas que hacer, no se ha dado cuenta. Y lo que ha ocurrido es que China ha tomado la delantera en torno a las materias primas relacionadas con el coche eléctrico, y ha dejado a Occidente en una situación muy desfavorable. De los 400.000 autobuses que circulan con esa tecnología en el mundo, 4.000 lo hacen en EE. UU., los demás están en China. El mayor fabricante de coches eléctricos es la multinacional china BYD, participada curiosamente por el estadounidense Warren Buffet.
—Sin embargo, la realidad económica parece indicar que los datos oficiales están muy alejados de los reales. Los índices de actividad y el PIB discurren por caminos diferentes.
—Sobre las estadísticas macroeconómicas de China solo ellos saben como son en realidad. Nadie conoce exactamente cuánto crece o cuáles son sus niveles de desempleo.
—Los líderes chinos anuncian un cambio de modelo económico orientado hacia la demanda interna y los servicios mientras el resto del mundo se ha dado cuenta de la gran exposición que tiene hacia ese mercado. ¿Cómo va a corregir la economía mundial esa dependencia?
—Occidente se ha dado cuenta de ese sometimiento. Lo que ocurre es que reducir esos vínculos mediante la recuperación de la actividad industrial no podrá hacerse al nivel deseado por los políticos. Las razones son los números. Cualquier actividad resultará cuatro veces más cara. No lo veo a corto plazo. Hay un movimiento, tanto en EE.UU. como en Europa, de reorientar la producción, pero los números mandan y no sale a cuenta.
—Algunas multinacionales ya se están recolocando en nuevos mercados.
—El textil es uno de los sectores a los que le compensa irse de China, porque empieza a resultarle muy costoso. Necesita mucha mano de obra y los salarios en el gigante asiático se han incremento del orden de un 10 %. Es uno de los segmentos de actividad que ya no puede optimizar la producción. Hacer textil exige un ejercito de mano de obra. De hecho los propios empresarios chinos están invirtiendo a gran escala en otros lugares como Blangladés, Etiopía o Birmania. Pese a todo, China todavía es un gran proveedor de ropa, pero sí que está reduciendo posiciones.
—La pandemia ha dejado varias lecciones. Entre ellas, que China se ha encargado de controlar el negocio de las materias primas y el resto del mundo ve peligrar la cadena de suministros.
—Lo que ha ocurrido con la salida de la pandemia es que las fábricas no han dado abasto a la demanda. El sector de la automoción ha resultado especialmente damnificado porque las industrias de microchips no se pueden montar de un día para otro. EE. UU. y Europa sí han tomado ya medidas en este sentido para autoabastecerse.
—¿La ventaja china será mayor con ese control del comercio internacional?
—En el comercio internacional a nadie le interesa que se quede bloqueado. Tampoco a China. De hecho, muchas empresas —las que hacían productos de bajo valor añadido— han cerrado porque a sus compradores occidentales no les salía a cuenta. Es una tormenta que tiene que pasar. Un estudio de la consultora Mac McKinsey anticipa que después del año chino, en febrero o marzo, posiblemente todo discurrirá con más fluidez. Al menos es lo que se desea. Lo más probable es que a lo largo de la primera mitad del 2022 se alcance cierta normalidad; bajarán los fletes, aunque no a los niveles del 2018 y 2019, pero buscarán un punto de equilibrio.
—¿Se hará dominante en todos los mercados de aquí al 2050 como planea?
—Pueden intervenir muchos factores. Si China sigue creciendo y Occidente continúa donde está, va a ser muy difícil contrarrestarlo, porque las economías occidentales estás muy dividas. Tener una voz única en Occidente cuesta mucho, ni siquiera a través de un único interlocutor como EE. UU. Cada uno barre para su casa y China se aprovecha de ello, tiene ante sí un adversario muy fragmentado y le viene perfecto.
—Apuesta por la hegemonía a través de sus patentes y la tecnología para hacerse dueña del mercado, cuando la economía asiática creció a base de la innovación europea y norteamericana.
—Sobre la hegemonía y el posicionamiento como primera economía mundial, es un error común que se comete muy relacionado con una falta de comprensión de China. No es que apruebe todo lo que hace. Pero en Occidente, los líderes políticos siguen el ascenso de este gigante como un fenómeno espectacular. Es un error. En China lo analizan de otra forma. Hasta mediados del siglo XIX ya fue la primera economía del mundo. Ellos consideran que están recuperando el puesto que siempre han tenido. Su lema sería «volvemos a donde siempre hemos estado».