El efecto Ikea

ÁLVARO GALIÑANES

MERCADOS

cedidas

En esta época y con todo lo que hemos pasado, los mercados son más complicados que en otros momentos de la historia donde todo era más fácil. Pregunten a su banquero, a su asesor o a su gestor. Formen parte de las decisiones. Comprenderán mejor los riesgos y seguro que se sentirán más confortables con sus inversiones

19 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La capacidad del ser humano para procesar información en base a las percepciones, a conocimientos previos y consideraciones subjetivas es lo que comúnmente se conoce como cognición. Sin entrar en tecnicismos, es básicamente lo que hace nuestro cerebro procesando la información que recibe por nuestros sentidos mezclándolo con la experiencia pasada cuando, por ejemplo, escuchamos la risa de un bebé, tocamos un instrumento, saboreamos una magdalena o leemos un artículo en La Voz de Galicia.

Este proceso de adquirir conocimiento está muy determinado por una multitud de sesgos que, normalmente, alteran nuestro pensamiento y nos pueden hacer tomar decisiones no del todo correctas. Hay infinidad de sesgos cognitivos. No tienen nada más que teclear la expresión en su teléfono y aparecerán multitud de ejemplos. Los hay muy fáciles de identificar y más complejos de entender y muchos de ellos representan conceptos que se solapan entre sí, pero son importantes porque en finanzas se dan en muchas ocasiones y son precisamente los que nos pueden hacer tomar decisiones no siempre racionales.

Uno de los sesgos más comunes sería, por ejemplo, el de dejarse llevar por la opinión de la mayoría en una votación. Cuando el grupo se inclina por una de opción con la que uno no está muy de acuerdo, es difícil mantener y defender una postura contraria por muy seguro que esté uno de que la suya es «la correcta» y la de los «otros» la equivocada. O, por ejemplo, cuando pensamos que estamos comprando un chollo en las rebajas porque damos por bueno el precio de un producto que marca en la etiqueta rebajado al 50 % o cuando otorgamos más relevancia a la opinión de alguien que pertenece a nuestro entorno, que a la de alguien que no conocemos. Otro clásico, que se acrecienta con la edad, es el de magnificar el pasado pensando que «antes todo era mejor» o tender a recordar más todo lo que tenemos pendiente y olvidar todas las tareas que sí hemos finalizado.

También están los muy manidos del vaso medio lleno o medio vacío, cuando vemos formas donde solo hay aleatoriedad o cuando atribuimos la excelencia a alguien porque destaca en un algo que nos llama particularmente la atención; por ejemplo, por su atractivo físico o cuando tendemos a sobrevalorar nuestra verdad y no la de los otros… porque ellos «no son objetivos» y nosotros sí lo somos. Todos estos sesgos afectan a nuestra manera de pensar e inciden mucho en la toma de decisiones. En el ámbito de las finanzas no son nada despreciables y valieron el Nobel de Economía de 2002 por incorporar la psicología del comportamiento en la toma de decisiones.

Para mí, de entre todos, uno de los más importantes es el conocido como «efecto Ikea» y que, de manera muy resumida, explica la mayor satisfacción que atribuimos a algo cuando hemos participado en su confección. Evidentemente, el apelativo es en honor de la empresa de todos conocida por poner nombres impronunciables para la mayor parte de los mortales a productos que normalmente precisan de algún tipo de ensamblaje. Para Ikea, que uno adquiera una estantería en su almacén, la cargue hasta su casa, la monte interpretando los jeroglíficos de las muy precisas instrucciones y luego se deshaga de todos los cartones tiene muchos beneficios, principalmente económicos, porque el coste de diseño, embalaje, almacenaje y venta es más reducido, lo que permite que los precios de la estantería sean absolutamente competitivos. Pero también hay algo para el consumidor, se lo crean o no se genera un vínculo emocional. Quizá muchos de ustedes piensen que no tienen ningún vínculo con el armario Pax de su habitación o la estantería Billy del despacho, pero si en lugar de ser un mueble fuera una tarta de cumpleaños para la celebración de un domingo en familia la cosa cambia. No es lo mismo que la hagamos nosotros a que la compremos ya hecha. ¿A que no?

Ya en los años 50 una empresa de alimentos, que vendía preparados para tartas «instantáneas» que simplificaban del todo el proceso de cocinado y reducían a la mínima expresión la aportación del repostero, vieron como las ventas cayeron en picado. Tras varios análisis detectaron insatisfacción en sus clientes porque, en realidad, no participaban casi en la preparación, así que decidieron cambiar la receta de modo que, además de leche, fuera necesario añadir huevos, mantequilla… con lo que aumentaba la aportación del consumidor y, por tanto, su satisfacción sobre el producto.

En finanzas este fenómeno, el efecto Ikea, también se produce. ¿Se acuerdan de Carmen? La he mencionado en varias ocasiones. Para los que no la conozcan, Carmen es una clienta con la que llevo muchos años trabajando y con la que he compartido muchas experiencias financieras. Después de todo lo que hemos vivido, hoy Carmen entiende perfectamente los entresijos de los mercados y comprende los riesgos de comprar uno u otro activo financiero o de incrementar el peso de nuestras inversiones en determinados momentos. Decisiones que siempre he compartido con ella y de las que la he hecho partícipe. No porque con eso busque «el efecto Ikea», sino porque tomar una decisión en finanzas, como en cualquier ámbito de la vida, siempre comporta riesgo y no siempre vamos a acertar en el activo o el timing puede no ser el idóneo, pero consigo que Carmen siempre tenga presente qué es lo que puede salir mal. Ella forma parte de la decisión, aunque siempre termina con «¡Álvaro, si lo tienes claro, adelante!».

En esta época y con todo lo que hemos pasado, los mercados son más complicados que en otros momentos de la historia donde todo era más fácil. Los bancos centrales se debaten entre el riesgo de que tengamos más inflación y retirar los estímulos que hasta ahora han permitido que la economía se recuperase, con bolsas en máximos en algunos casos y con una pandemia sin resolver. ¿Mi recomendación?, como siempre. Pregunten a su banquero, a su asesor o a su gestor. Formen parte de las decisiones. Comprenderán mejor los riesgos y seguro que se sentirán más confortables con sus inversiones.

Álvaro Galiñanes es director de Inversiones de Santander Private Banking Gestión