Mijail Fridman, de fletar el Prestige a reflotar Dia

La Voz

MERCADOS

Sergei Karpukhin | Reuters

Su nombre comenzó a acaparar titulares en España hace ya más de un año. Cuando en enero del año pasado se hizo con el 25 % del capital de la popular cadena de supermercados

20 may 2019 . Actualizado a las 08:12 h.

Su nombre comenzó a acaparar titulares en España hace ya más de un año. Cuando en enero del año pasado se hizo con el 25 % del capital de la popular cadena de supermercados Dia, donde unos meses antes, en el verano del 2017, había puesto un pie para hacerse con el 3 % de la empresa.

Pero lo cierto es que su sombra ya era alargada -y negra, muy negra- en suelo -o más bien el mar- español. Sobre todo, en Galicia. Porque, aunque muchos estén a punto de descubrirlo ahora, mientras leen estas líneas, Mijail Fridman (Lviv, Ucrania, parte de la Unión soviética cuando él nació, en 1964) lideró el consorcio de empresas rusas que fletó el Prestige. Aquel que en noviembre del 2002 tiñó de luto la costa y el corazón de los gallegos (y de los no gallegos). Posee la séptima mayor fortuna de su país. Forbes la calcula en 15.000 millones. Y buena parte de esos posibles los amasó con el petróleo, negocio sobre el que cimentó su leyenda. También la negra.

De origen judío (tiene también la nacionalidad israelí) y residente en el Reino Unido, es el dueño del holding luxemburgués LetterOne, a través del cual mueve su patrimonio, engrosado a lomos de la liberalización que siguió a la desintegración de la URSS. 

Pero no solo del crudo vive Fridman. La banca, las telecomunicaciones y el consumo también le llenan el bolsillo. Todo ello bajo el paraguas de Alfa Group, el todopoderoso conglomerado del que cuelgan la mayoría de sus negocios y del que es presidente. Entre otras cosas, y para que se hagan una idea, tiene más de un tercio del capital de Alfa Bank, el mayor banco privado de Rusia; y el 22 % de X5, dueña de una de las principales cadenas de supermercados del país, el Mercadona ruso lo llaman.

Y dice Fridman que el olfato para los negocios le viene casi de cuna. Lo mamó en su ciudad natal, Lviv, al oeste de Ucrania, plagada de comerciantes. Allí pasó el magnate su infancia. Hasta que se trasladó a Moscú, donde se graduó con honores en Ingeniería Metalúrgica. Allá por 1986. Dos años después de aquello.

Apasionado del jazz, tanto que hasta ha financiado un festival del género en su ciudad natal, el oligarca ruso está divorciado y tiene cuatro hijos, a los que ya ha avisado de que tiene la intención de donar casi todo su patrimonio para obras de caridad, a la manera de otros multimillonarios como Bill Gates o Warren Buffet. Así lo aseguró el pasado verano. Es de los que piensan que las cosas hay que ganárselas a pulso. Cada uno con sus propios medios. Como ha hecho él, que empezó con una pequeña empresa de importación de ordenadores de segunda mano y está donde está. Entre otras cosas, a punto de hacerse con Dia a precio de ganga y con el visto bueno de la CNMV, para disgusto de los minoristas.

Está convencido de que tenerlo todo es un riesgo cuando no te has dejado la piel en conseguirlo. «Lo peor que puedo hacer por mis hijos es darles una gran suma de dinero», dice.