Criptodesasosiego

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

18 nov 2018 . Actualizado a las 05:07 h.

En el proceso general de transformación que están experimentando los sistemas financieros, uno de los elementos más destacados y, sin duda, con mayor proyección social es el de las llamadas criptomonedas. La más conocida es el bitcoin, nacido en el 2008, que acapara más del 40 % de ese tipo de operaciones. En los últimos años, este fenómeno se ha generalizado, alcanzando cifras importantes en distintos ámbitos: más de mil experimentos, transacciones por valor de entorno a 300.000 millones de dólares (en algunos cálculos, bastante más), unos diez millones de usuarios a lo largo del mundo. Su base está en las ya famosas tecnologías blockchain, un sistema sofisticado y compartido de registro, que se supone permite la transferencia digital de valor de una forma segura y descentralizada, de persona a persona. En los últimos años se han generalizado los argumentos sobre las ventajas de este tipo de mecanismos. Se subraya que, frente a los sistemas de pago convencionales, ahora es posible realizar transacciones sin presencia de ningún agente intermedio, ni público ni privado, y que ello se consigue además de una forma rápida y con menores costes. Hay incluso quien ha planteado esta tecnología en términos de sueño al fin realizado: lo que parecía una utopía libertaria de absoluta descentralización y ausencia de molestas instancias de inspección y dominio, al fin realizada.

No hay duda de que el uso de algoritmos para el cumplimiento de las funciones que hasta ahora han tenido los sistemas financieros tradicionales seguirá su curso, de modo que nuevas innovaciones seguramente darán lugar a cambios intensos en ese ámbito: no debemos descartar que a un plazo relativamente breve cuestiones que hasta hace poco nos parecían inimaginables cobren carta de naturaleza ante nuestros ojos. La propia idea de dinero, o la existencia de la banca, acaso hayan mutado radicalmente; o incluso desaparecido. Pero otra cosa muy distinta es que tales cambios vengan de la mano de las actuales criptomonedas o, yendo un poco más allá, de la tecnología blockchain que la sustenta.

Porque a lo largo del último año, las malas noticias se suceden para lo que hace mucho tiempo se imaginaba como una experiencia imparable y de éxito total. Para empezar, un 59 % de las criptomonedas creadas en los últimos años ya han desaparecido. El bitcoin ha perdido más del 70 % de su valor desde hace un año, porcentaje pequeño si se compara con los alcanzados en otros casos conocidos, que oscilan entre el 90 y el 99 % de pérdida. En esas condiciones, es imposible que no aflore la palabra burbuja. Y lo que es peor, en lo que se suponía que era un dispositivo totalmente seguro se han ido identificando numerosos casos de fraude. Con razón un profundo desasosiego afecta ahora mismo a muchos de los que se internaron en ese mundo.

De pronto la criptomanía se ha transformado en profunda desconfianza. Y en el nuevo entorno aparecen críticas demoledoras, ya no al uso que las criptomonedas han hecho del blockchain, sino a este último. El muy influyente economista Nouriel Roubini, por ejemplo, acaba de escribir acerca de «la gran mentira del blockchain». Según él, ninguna de las promesas de esta innovación era más que un cuento; detrás de ella podrían estar ocultándose -y de hecho es lo que hasta ahora parece haber ocurrido- auténticos cárteles anónimos no sujetos a legalidad alguna: «¿Pretenden que confiemos en eso, en lugar de en bancos centrales e intermediarios financieros regulados?». Un argumento extremado, pero no exento de buenas razones.

En todo caso, al igual que ocurre con otras posibles derivas de la digitalización masiva, hay aquí un importante debate abierto, que irá a más en los próximos años.