Un tono sombrío

Xosé Carlos Arias. Catedrático de Economía. Universidade de Vigo

MERCADOS

21 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El Fondo Monetario Internacional se ha equivocado mucho en sus predicciones a lo largo de los últimos años. Y sus advertencias y consejos, que antes eran monotemáticos en su extrema ortodoxia económica, ahora se han cargado de matices; pero también de contradicciones: lo que se dice en un informe a veces se niega en el siguiente. Por tales motivos, esta agencia arrastra un cierto déficit de credibilidad y posicionamientos sobre la evolución de la economía internacional.

Pero no por eso deja de ser un organismo que conviene seguir muy directamente para hacerse una idea de las tendencias que se están fraguando, ya sea de cara al futuro económico inmediato o a largo plazo. En concreto, la publicación de su informe semestral sobre Perspectivas de la economía mundial -seguramente el documento económico más leído en todo el globo- suele tener una gran influencia sobre las expectativas que se forjan tanto los gobiernos como las corporaciones. Pues bien, está vez el tono que predomina en ese informe, al igual que en las reuniones recién celebradas en Indonesia en las que fue presentado, es bastante taciturno.

Un aire sombrío aparece ya en el primer párrafo del resumen ejecutivo de las Perspectivas de octubre 2018: «la expansión es menos equilibrada y es posible que en algunas economías grandes haya tocado máximos. Los riesgos para el crecimiento mundial han aumentado en los últimos seis meses y la posibilidad de sorpresas positivas se ha disipado». Las predicciones de crecimiento inmediato no varían mucho, pero en todo caso han girado un poco a la baja (-0,2 % para el conjunto de la economía internacional, tanto en el 2018 como en el 2019, con respecto al cálculo anterior). De cara a la coyuntura, por tanto, cambios muy pequeños.

Más turbio parece el panorama a medio y largo plazo, y ahí se originan los peores barruntos. El FMI llama justamente la atención sobre dos graves problemas de fondo. El primero es la aparición de tensiones significativas en el comercio internacional. El nuevo proteccionismo con origen en Estados Unidos tiene de momento unos costes limitados, y son soportados casi por entero por las economías norteamericana y china. Pero si los nuevos aranceles ya anunciados entran efectivamente en vigor, entonces los efectos negativos se duplicarían y ya comenzarían a ser significativos. A partir de ahí, una eventual escalada proteccionista ya empezaría a ser realmente dañina; y sus peores efectos, por cierto, recaerían sobre el país que la inició (algo de lo que no cabe extrañarse, pues así ha ocurrido con frecuencia en el pasado).

El otro gran problema de fondo -este seguramente mucho más grave- es el de la deuda global, que ha batido todos los registros históricos, al alcanzar la cifra de 157 billones de euros (lo que representa un 225 % del PIB mundial). Si recordamos que la causa principal de la crisis del 2008 fue el exceso de deuda, y si además tenemos en cuenta que desde entonces la tarea más perentoria era eliminar ese exceso, resulta evidente la percepción del fracaso y el peligro que todo ello trae consigo. Porque la cifra actual de deuda es muy superior a la del 2008, y solamente un gran sector de la economía -las familias- ha contribuido a reducirlo. Por el contrario, empresas y Estados han aumentado su grado de apalancamiento. Además, este auténtico atolladero, que al comienzo de la crisis aquejaba solo al mundo desarrollado, se ha convertido en un fenómeno global, que afecta ya muy seriamente a los países emergentes (en particular al gigante chino, cuya economía parece cada día más desequilibrada). Mejor no pensar qué ocurriría si una espiral proteccionista, que aún se ve lejana, se sumara a la ya muy real bomba de la deuda.