Cuatro generaciones en conserva

Maruxa Alfonso Laya
M. Alfonso VILAGARCÍA / LA VOZ

MERCADOS

CEDIDA

Conservas Daporta siempre tuvo claro que la calidad y el origen del producto enlatado debería ser su máxima, quizás por eso es una de las pocas fábricas que lleva casi ochenta años trabajando en Galicia

13 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en el que el sector conservero era de los más importantes de Cambados. En el que los vecinos eran capaces de distinguir si la sirena que estaba sonando era la de Otero, la de Peña o la de Daporta. Porque así era como se llamaba entonces a la gente a trabajar. En una época en la que el teléfono era todavía un lujo, las mujeres estaban pendientes de la señal sonora que emitían las distintas fábricas para saber que acababa de llegar pescado y que debían incorporarse a su puesto de trabajo, fuera sábado, domingo o una jornada de semana. Todo eso ha cambiado mucho. O quizás no tanto. Porque en Conservas Daporta, una industria que nació a orillas del Umia en 1940, hay muchos procesos que se siguen haciendo a mano, como antaño. Esta empresa familiar ha conseguido romper todos los moldes. Va por la cuarta generación, algo que no logran muchas compañías, y es la única de las conserveras de entonces que queda en la localidad.

«Mi bisabuelo, Vicente Daporta Fernández, montó la fábrica para un hijo. Es curioso porque estuvo seis meses y se la dejó. Pero a ese hijo no le interesaba y, al final, se hizo cargo mi abuelo», explica Alejandro Daporta, actual responsable de la compañía. En aquella época se trabajaba, sobre todo, «pescado. Hacían sardina, bonito y caballa», cuenta. Los barcos descargaban directamente al lado de la factoría, ubicada estratégicamente a orillas del Umia y que contaba con un pequeño canal por el que llegaban las embarcaciones. «Aquí llegó a haber picos de 200 personas trabajando, no sé dónde las metían, pero las hubo», asegura. Entonces no había congeladores, así que la materia debía ser procesada al momento. «Le echabas sal y aguantaba, como mucho, de un día para otro, pero no se podía congelar», añade. Por eso las sirenas, para avisar al personal cuándo tenía que incorporarse.

¿Sus clientes? «Sobre todo, Castilla, por el tema del campo. Se vendían latas en formato industrial para la época de la siega, para dar de comer a la gente del jornal. Eran latas de cinco kilos de alcriques o de sardinas en escabeche», relata. Eran tiempos distintos, en los que diversos colectivos, como los policías, tenían economatos. Y allí encontraba el sector conservero sus consumidores. «Entre los años cincuenta y los setenta eran nuestros grandes clientes», explica. Lo que ahora es su oficina fue, en aquella época, «un taller de latas». Porque en los años 40 «había cupos en las hojas de metal y se hacían aquí. Era como el aceite. Estos dos materiales se repartían en función de unos cupos», añade. Así que la fábrica tenía su propia metalgráfica.

Con el paso de los años, la factoría se fue ampliando, pero todavía conserva su diseño original. Y también la vivienda del propietario. «La casa está integrada en la fábrica porque antes era normal que viviera ahí el encargado. Mis padres decidieron arreglarla y mi madre todavía vive ahí», relata.

En los años 60, la conservera cambió de estrategia. «Empezamos a trabajar con el marisco y nos especializamos en berberecho, navaja y almeja», asegura. Y aunque se introdujo la mecanización en la factoría, «el 80 % de nuestros productos son empacados a mano». Los grandes formatos, aquellas latas de cinco kilos, prácticamente han desaparecido y han dado paso a formatos mucho más pequeños. Pero, al igual que en sus comienzos, «cuidamos mucho la calidad y tratamos de que la mayoría de nuestro producto sea gallego, aunque eso se está poniendo cada vez más difícil», asegura Daporta. Él se hizo cargo de la empresa en los años 80, pero lleva toda su vida ligada a ella. «Yo nací aquí, mamé fábrica por los cuatro costados», asegura. Es la cuarta generación de la familia que asume el cargo, «y los estudios dicen que solo un 2 o un 3 % de las empresas familiares llegan a la cuarta generación», explica. Por suerte, siempre hay excepciones.