Cómo aplicar el nuevo modelo

Manuel Lago PROFESOR DE POLÍTICAS SOCIOLABORALES EN LA ESCUELA DE RELACIONES LABORALES (UDC) E INTEGRANTE DEL EQUIPO DE ECONOMISTAS DE LA PATRONAL Y LOS SINDICATOS QUE HICIERON LOS TRABAJOS.

MERCADOS

01 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estamos ante un cambio no menor en las fórmulas y los criterios para fijar el incremento salarial en la negociación colectiva. Durante décadas y hasta el 2010, el modelo utilizado era vincular el crecimiento de los sueldos a la inflación, pero desde hace cinco años esa referencia se está dejando de utilizar y aún no está claro por cuál va a ser sustituida. ¿Por qué se ha cambiado con una práctica de negociación que funcionaba relativamente bien y en la que empresas y sindicatos se encontraban cómodos?

Hay muchas razones, pero la primera tiene que ver con la concepción estratégica del papel de los salarios y, en consecuencia, de la negociación colectiva. En las décadas que se utilizó el IPC como referencia el objetivo era claro: mantener o mejorar el poder adquisitivo de los salarios. Con ello, se pretendía satisfacer, de forma sostenida en el tiempo, el bienestar de la gente al tiempo que el aumento de la renta, y por lo tanto el gasto de las familias, impulsaba el crecimiento económico.

La técnica negociadora era simple: los salarios se incrementaban según el IPC previsto por el Gobierno más un pequeño porcentaje a cuenta de la productividad y después, si la inflación a final del año superaba la previsión, se aplicaba una cláusula de revisión salarial. Fue un modelo que funcionó porque los salarios ganaron poder adquisitivo de forma moderada y la inflación se mantuvo controlada.

Pero este modelo saltó por los aires con el inicio de la Gran Recesión en el 2008 y, sobre todo, su gestión también en materia salarial. Los sueldos dejaron de entenderse como el origen de la renta de la mayoría de los hogares para considerarlos solo como un componente del coste empresarial.

Y cambió el objetivo: para mejorar la competitividad de las empresas había que reducir los costes laborales. La desvinculación del salario y la inflación es el nuevo dogma que figura de forma explícita en la famosa carta del BCE al presidente Zapatero de agosto del 2011. En ese mensaje imperativo, se indica que utilizar la referencia a la inflación dificulta la competitividad y el crecimiento y por eso le exigía al Gobierno «medidas audaces y excepcionales» para acabar con ese modelo.

Un segundo factor que forzó el cambio fue el carácter errático de la inflación primero y la inflación negativa después. En el 2009 y en el 2014, el IPC fue negativo, y complicó la negociación colectiva porque, ante una previsión de inflación cero o negativa, ¿se suben los salarios o se bajan?

El Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC) del 2012-2013 es el primer texto en el que se formaliza el cambio en los parámetros de la negociación. La crisis económica y del empleo lleva a empresarios y sindicatos a firmar un acuerdo que pretende ser una respuesta rápida a la nueva situación, y por primera vez los salarios se vinculan no a la inflación sino a la evolución de la economía, esto es, al crecimiento del PIB.

En este punto es importante destacar que un discurso largamente sostenido por la patronal, el FMI o la OCDE desapareció antes incluso de nacer. Durante años defendieron que los salarios deberían crecer según la productividad, pero dejaron de decirlo porque en la crisis la productividad creció y obligaba a incrementos salariales altos que eran incompatibles con la realidad de las empresas y los sectores.

El AENC 2012-2014 y el que se está negociando para el período 2015-2017 consolida la nueva fórmula del incremento salarial que aún presenta incertidumbres por su falta de rodaje. Las fundamentales son dos. La primera es que la relación cuantitativa entre lo que crece el PIB y lo que deben crecer los salarios no está definida. Y por eso no se sabe si lo harán en la misma cifra, la mitad o cualquier otra. La segunda es como dar seguridad a los negociadores ante el riesgo de un aumento inesperado del IPC, que supere en mucho el crecimiento de la economía. En concreto, existe el riesgo de que en el 2016 un repunte en los precios del petróleo provoque un aumento de la inflación por encima del PIB, lo que supondría una pérdida del poder adquisitivo de los salarios, algo insoportable en la salida de la recesión.

En síntesis, el modelo de negociación salarial ha cambiado en nuestro país, dejando atrás la referencia al IPC y vinculándose ahora al crecimiento económico, pero aún existen algunas dudas de como aplicarlo en la práctica.