Loracepán

Emilio R. Pérez

LUGO

02 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre el asunto de la pandemia que a lo largo de dos años, persistente y contumaz, apenas nos dio tregua, y el problema de la edad, ando acaso más ansioso de la cuenta y la pastilla que me tomo con carácter cotidiano es muy probable que me sea insuficiente: estos nervios míos día y noche se menean al compás de reguetón. Por aquí por Garabolos pasan ambulancias a diario porque pilla de camino al hospital, y aunque ahora suenan menos, en pleno covid el aullido de sirenas ni dejaba respirar. Esto era un sin vivir, por Dios.

Días atrás, comiendo, casi me atraganto con un cacho de estofado de ternera cuando la agudísima estridencia penetró espontánea en mis oídos por sorpresa. Me dejó vibrando el tímpano cual altavoz Yamaha de alto potencial, le dio un severo varapalo a mi sistema inmunitario, el nervioso comenzó a bailar, puso en jaque el aparato digestivo, taquicárdico el cardiovascular y el excretor mantuvo el tipo porque aún la próstata está en su sitio y como a Putin no le da por ocupar. Digo yo. Total, que mi organismo, por la angustia de un momento, anduvo en shock. Vaya apuro, ¿no? Vale, pues resulta que de sirena de ambulancia nada: era un taladro. Algún vecino colgando un cuadro.

Estás muy alterado, amigo, se dirá. Bien, verá. Supongo que habrá visto alguna vez a esa gacela por delante del guepardo en un documental…. ¿cierto? Por muy reyes de la selva que nos creamos, no pasamos de gacelas; somos leves, vulnerables, y en momentos puntuales de la vida nuestro estar o no depende de esa pizca de velocidad. Un tramo de mi vida lo pasé así asá en la cuerda floja, y para dormir dependo hoy de una pastilla. Bendito Loracepán.