Rafael Yuste, neurobiólogo: «Nuestro cerebro funciona como tres redes mundiales de internet con la energía que proporciona un bocadillo»
VIDA SALUDABLE
El prestigioso neurocientífico defiende que nuestra cabeza está todo el día haciendo un modelo mental del mundo, como si fuese un prototipo de realidad virtual
23 sep 2024 . Actualizado a las 15:36 h.«En la vida no escogemos quiénes somos ni dónde nacemos, si somos altos o bajos, ricos o pobres. La vida nos reparte unas cartas determinadas. Creo sinceramente que he tenido suerte en el reparto». Es una reflexión de Rafael Yuste, uno de los neurocientíficos más prestigiosos del mundo. Nació en Madrid, en el seno de una familia de padres profesionales que «siempre me apoyaron». Se formó profesionalmente como médico en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid y en el Hospital de la Fundación Jiménez Díaz y al acabar la carrera, salió de España. Lleva más de treinta años desarrollando su trabajo en Estados Unidos.
A día de hoy, es catedrático de Ciencias Biológicas y director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia. Su laboratorio estudia los circuitos neuronales en la corteza cerebral de los mamíferos. Además, es impulsor de la iniciativa BRAIN, un proyecto que financió la administración de Barack Obama y que intenta desvelar los misterios del cerebro fabricando nuevas herramientas de neurotecnología. También es presidente de la Fundación Neuroderechos (NeuroRights), que lucha por proteger la actividad cerebral de las personas como un nuevo derecho humano.
Con todo, remarca que «soy un producto de la sociedad española y por ello tengo el deber de devolver a esa sociedad lo que invirtió en mí y me hizo ser quien soy». De ahí nace El cerebro, el teatro del mundo (Paidós, 2024), su primer libro de divulgación donde descubre al lector cómo funciona y cómo crea nuestra realidad. Unas incógnitas para el resto de los mortales, sobre las que surgen muchas preguntas. A través de una videollamada desde Columbia, ha contestado todas las que ha planteado La Voz de la Salud.
—A pesar de todo el trabajo de generaciones de científicos, todavía no hay una teoría aceptada por todos de qué es exactamente lo que hace el cerebro y cómo lo hace. ¿Por qué?
—Esto es típico de la ciencia. Tienes una hipótesis, una teoría, y todo el mundo se pone a trabajar en ella. La ciencia avanza hasta que llega un momento en el que no da más de sí. Surge otra teoría y los científicos nos cambiamos de caballo. Lo que ha ocurrido en la neurociencia es que llevamos un siglo con una teoría que, precisamente, tiene que ver con el trabajo de Cajal y del inglés Sherrington. Ambos propusieron que el cerebro funciona como si fuese una máquina o computadora de inputs (en inglés, entradas) y outputs (salidas). Te llega un estímulo sensorial, haces una cosa, te llega otro, y haces otra. Esa teoría neuronal nos dio grandes descubrimientos en los últimos cien años, pero no hemos podido entender de verdad cómo funciona el cerebro. Llevamos atascados desde los años 60 porque no han existido grandes avances. Se ha aprendido mucho, pero no cosas fundamentales que nos expliquen lo que de verdad ocurre. Lo que sucede es que, cuando no te funciona algo, vuelves a repensar desde el comienzo: vamos a ver qué es lo que hemos hecho mal. Ahí es cuando entra esta nueva teoría que, por cierto, surge, y fíjate qué bonito, de los mismos laboratorios de Cajal y de Sherrington. Fueron dos de sus discípulos quienes propusieron hace ya un siglo otra manera de pensar.
—¿Cuál es esa otra teoría o manera de pensar, en qué se basa?
—Se basa en que el cerebro no es una computadora. Está siempre encendido, tiene una actividad endógena. Cuando tienes un input, a veces cambia la actividad, otras no. A veces generas un output, o no. Lo importante del cerebro es lo que está ocurriendo dentro, no el traqueteo entre lo que entra y lo que sale. Eso ya lo sospechaban hace cien años, gente salida del laboratorio de Cajal y de Sherrington. Más concretamente, un español que se llama Rafael Lorente de No (último discípulo de Santiago Ramón y Cajal) y Thomas Graham. En las últimas dos décadas hemos empezado a tener métodos para estudiar la actividad cerebral con mucho más detalle, con nanotecnología. Y no solo hemos confirmado que el cerebro siempre está encendido, sino que hemos empezado a hacer experimentos que explican para qué sirve esta actividad en torno al cerebro.
Volviendo a tu pregunta, la idea es sobre la que versa mi libro El cerebro, el teatro del mundo: nuestro cerebro está todo el día haciendo un modelo mental del mundo, como si fuese un modelo de realidad virtual. Y está actualizando este modelo para calcular el futuro, para ver lo que viene. E imaginándose lo que va a ocurrir en el futuro, el animal o la persona escoge un comportamiento u otro. Esa es la esencia del cerebro, del sistema nervioso de las personas y de todos los animales. Y una vez que se genera el sistema nervioso en la evolución, los animales que lo tienen adelantan por la derecha a todos los otros, porque son inteligentes. Su comportamiento es mucho más efectivo, sobreviven, y se reproducen.
—Acaba de decir que nuestro cerebro hace «un modelo mental del mundo». En cambio, los humanos, consideramos que eso que nuestra cabeza interpreta, es la realidad. Por lo que usted explica, nos equivocamos.
—Esto es una idea que se le ocurre por primera vez a Platón. En la alegoría de la caverna, él dice que lo que nosotros percibimos del mundo son las sombras de las cosas que están pasando por delante de la caverna. Esto es el comienzo del idealismo, es exactamente la misma idea. Pasan los siglos y llega el filósofo alemán Kant. Él era matemático antes de ser filósofo y tenía una preocupación: explicar cómo funcionan las matemáticas. Lo que le causó perplejidad es que tú, como persona, como matemático, puedes imaginar y crear un teorema geométrico en tu cabeza y luego sales al mundo, mides la geometría en un campo de cereales y se ajusta perfectamente al teorema. ¿Si yo nunca he visto ese campo, cómo es posible que lo que yo tenga en el cerebro se ajuste también a la realidad? Tal como dices, la manera tradicional de entender la mente humana es que la mente humana refleja la realidad y que por eso se ajusta a ella, porque es un reflejo de la realidad. Pero en el caso de las matemáticas, estas salen de dentro de la cabeza, no de fuera. Ahí es cuando se da la vuelta a la tortilla. Kant, al igual que Platón, dice: «¿Y si lo que hay fuera es distinto a lo que pensamos nosotros?».
—¿Cree que Kant, además de filósofo, podría considerarse neurobiólogo?
—Sí, creo que fue el primer neurobiólogo porque dio en el clavo. La idea de Kant es la misma que la teoría general del teatro del mundo: nosotros, los humanos, y todos los animales, utilizamos el cerebro para generar un modelo del mundo. Y ese modelo mental del mundo es en el que vivimos. La realidad en la que tú crees que vives está toda generada por tu cerebro. Pero no es una historia loca, un cuento de hadas, es un modelo que está ajustado casi perfectamente a la realidad exterior a través de los sentidos. Porque lo que quiere la naturaleza es utilizar este modelo para predecir el futuro. La naturaleza lleva setecientos millones de años fabricando este modelo y ajustándolo a la realidad exterior por los sentidos. Es un ajuste fantástico. Tan bueno, que nos pensamos que vivimos en la realidad exterior (ríe).
De vez en cuando, filósofos como Kant, Platón o algunos neurobiólogos, miran un poco por debajo de la alfombra y dicen: «Oye, aquí hay algo que no encaja». Y tirando del hilo, te encuentras que la actividad cerebral en realidad lo que está haciendo es construir el mundo en el que vives. Es una idea paradójica para la gente, pero el mundo en el que vivimos en realidad está creado por nuestro cerebro. Y el 99 % de las veces funciona fantástico, pero hay otras que no.
—¿Puede proporcionarme un ejemplo de ese 1 % restante en el que no funciona bien?
—En los esquizofrénicos. En la esquizofrenia, este modelo del mundo no está sujeto a la realidad. Los pacientes con psicosis viven en una realidad que sí, es la suya, pero no está bien ajustada. Ahí vienen todos los problemas. Otro ejemplo, el sueño. Cuando soñamos estamos en una realidad, evidentemente, pero no es la misma que cuando estamos despiertos. Lo que ocurre en el sueño es que desconectas los sentidos. Tu cerebro, por unas razones misteriosas que no entendemos, está reorganizando ese modelo del mundo para que sea todo coherente, ajustándolo para que funcione mejor, y eso lo hace aislándose del exterior. Estas son dos pistas que nos ayudan a entender lo que tenemos en la cabeza.
—Algo que nunca podría haber hecho Cajal, y mucho menos Kant, es comparar nuestro cerebro con páginas webs. Usted sí lo hace. ¿Puede contarme qué tiene que ver la red mundial de internet con nuestro cerebro?
—Lo que hace el cerebro es generar un modelo del mundo para predecir el futuro y escoger un comportamiento. Esto tiene todo el sentido en la evolución, es lo que hace el cerebro humano. Pero ¿cómo lo hace? ¿cómo funciona ese modelo del mundo por dentro? Tiene mucho que ver con internet porque funciona a través de redes neuronales. Las neuronas se conectan entre sí en redes complejas y con muchos nodos. Yo mismo hago el cálculo de que el cerebro de una persona normal tiene tres veces el número de nodos de todo el internet de la Tierra. Vamos andando por la calle con tres redes mundiales de internet en la cabeza. Y estas redes neuronales, cuando son tan grandes y tan ricas, tienen tanta potencia, que generan la mente humana.
—¿Y con qué energía?
—Eso sí que es asombroso. Mantenemos encendidas tres redes de internet en la cabeza con la potencia de una bombilla de 20 vatios. O por decirlo de otra manera, nuestro cerebro funciona como tres redes de internet comiéndote un bocadillo con una CocaCola. Entender cómo eso ocurre sería revolucionario para la tecnología actual.
—Al contrario de cómo se construye una casa, ¿nuestro cerebro es una especie de edificio al que le vamos quitando los espacios o habitaciones que ya no utilizamos?
—Exacto. El cerebro se construye de una manera totalmente contraria a cómo construimos los humanos las cosas. Nosotros lo hacemos poco a poco y añadiendo lo que falta, pero el cerebro se asemeja más a cómo un escultor hace una escultura. Coge un trozo grande de mármol y va quitando lo que sobra. Así se fabrica el cerebro durante el desarrollo. Se genera una red neuronal que es dos veces o más grande de la final. Imagínate que cuando empezamos a rodar, de niños, no lo hacemos con tres «internets» en la cabeza como hablábamos antes, sino con seis. Pero se empiezan a liquidar las neuronas que no necesitas y después hay una poda brutal en la que perdemos la mitad de las conexiones; ocurre alrededor de la pubertad y la adolescencia.
—¿Por qué ocurre esa «poda»?
—No se entiende muy bien por qué la naturaleza hace las cosas al revés. Es cierto que, de esta manera, se ajusta el cerebro de cada individuo, de cada animal, al ambiente exacto en el que vive. Gracias a esta eliminación de neuronas, si naces en Galicia como tú, aprendes gallego. Pero si con los años quieres aprender chino, ya no puedes o te resultará mucho más difícil.
—¿Qué sentido tiene que llegue un momento en el que se ese aprendizaje se complique tanto?
—Es un misterio enorme porque seríamos mucho más inteligentes. No sabemos por qué en la pubertad y en la adolescencia se cierra un poco la ventana del aprendizaje. No es que no podamos aprender después de adultos, por supuesto que podemos, pero aprendemos mucho menos de lo que hacíamos de niños.
—Es un misterio, pero personalmente, ¿por qué cree usted que se cierra esa ventana de aprendizaje?
—Es una hipótesis y no está confirmada, pero en mi opinión tiene que ver con la locura. Si no haces la poda y no eliminas las conexiones que sobran, la actividad cerebral se pone a funcionar en automático y se desconecta de la realidad, dando lugar a psicosis. Todavía no entendemos muy bien qué ocurre en el cerebro de un esquizofrénico, pero hay una sospecha de que esa poda es defectuoso. Que durante la etapa de la adolescencia, después de la pubertad, los pacientes esquizofrénicos no tienen un podamiento de las conexiones como una persona normal. Esto encaja con la idea del porqué la naturaleza no deja la puerta abierta a seguir aprendiendo. Nos volveríamos todos locos. Creo que es el precio que tenemos que pagar por tener esta red neuronal tan grande y tan fuerte en el cerebro.
—Si lo que vemos no es la realidad, sino una interpretación de nuestro cerebro, me imagino que nuestros recuerdos tampoco son una especie de «vídeos» exactos de lo que sucede realmente.
—Efectivamente. El cerebro no es una cámara y los recuerdos no son vídeos exactos. Hay anécdotas muy divertidas sobre esto. Me encanta la de un héroe de la guerra civil norteamericana al que le dieron muchas medallas y se hizo muy famoso. Después de la guerra, se dedicó a dar conferencias contándole a la gente la historia de su batalla, hizo un tour por todo Estados Unidos. Y resulta que lo que contaba al principio, no tenía nada que ver con lo que acabó contando al final. Según iba contando la historia una y otra vez, iba cambiando cosas, resultando otra historia totalmente distinta. Esto explica la idea de que la memoria no es un vídeo, la construimos. Siempre que te acuerdas de algo, lo estás reconstruyendo. Y esa reconstrucción, la retocas para que encaje con el modelo del mundo.
—¿En qué sentido?
—Lo que hacemos cuando recordamos algo es sacar el conocimiento que tenemos en el cerebro y lo retocamos para que encaje con el modelo del mundo que tenemos ahora. Si piensas que las cosas funcionan de una manera, lo que no te encaja del pasado, lo retocas. La memoria es un acto creativo. Por eso hay tantas dificultades a veces en los juicios, porque lo que se acuerda la gente no siempre se corrobora con lo que pasó. Y no es porque la gente intente engañar, es porque nuestra memoria funciona así. Esto sale de esta teoría del teatro del mundo. Reajustamos continuamente los recuerdos para tener un modelo impecable, un Ferrari, que nos sirva para el futuro. Nos da igual el pasado, lo que queremos es que el modelo sea tan bueno que nos ayude a sobrevivir.
—¿Somos los únicos seres vivos a los que les preocupa tanto el futuro?
—Todos los animales estamos pensando en el futuro, pero los más primitivos piensan en el inmediato: lo que va a ocurrir en los próximos segundos o minutos. Algunos más complejos, como un pez, un poco más: las próximas horas. Llegas a mamíferos y, si imaginamos un animal que tiene que hibernar, ya están pensando en el próximo año, cómo sobrevivir al invierno. Cuando llegas a los humanos, la red neuronal de nuestro cerebro no solo calcula lo que va ocurrir en el futuro, incluso lo hace para cuando nosotros ya no estemos vivos. Cuestiones como el cambio climático o cómo viviremos dentro de 50, 100 o incluso más años. Llegamos a cambiar nuestro comportamiento ahora según lo que extrapolamos que va a pasar. Por ejemplo, para evitar desastres derivados del cambio climático. Esto refuerza la idea de que nuestro modelo es tan bueno que nos permite extrapolar con mucha más proyección al futuro que los animales. Por eso creo que somos especiales.
—Pongamos la vista en ese futuro y en preocupaciones de la humanidad. ¿Cree que seremos sobrepasados por la inteligencia artificial?
—Quiero decir, con toda humildad, que no soy experto en inteligencia artificial. Como científico reconozco que nosotros siempre nos ajustamos a los datos y a lo que sabemos con certeza. Creo que en inteligencia artificial sé lo mismo que puedes saber tú o cualquier persona, viendo la corrida desde la barrera. Pero en principio, la propia comparación entre la inteligencia artificial y la humana me parece desbaratada porque, sinceramente, ni siquiera sabemos lo que es la inteligencia humana.
—Entonces, si le pregunto qué es la inteligencia humana...
—Te diría que los científicos no tenemos ni idea. Es como una palabra, una etiqueta, que pegamos a una serie de actividades que hacen los humanos o animales, que son cognitivamente superiores o sofisticadas. Todo esto lo empaquetamos bajo la etiqueta de inteligencia. Está claro que a mí, como neurocientífico, eso no me sirve. No trabajamos con etiquetas, lo hacemos con cosas mucho más firmes. La palabra inteligencia, si yo fuese la academia de lengua, la borraba del diccionario. Y el término inteligencia artificial es como una metáfora y ni siquiera tiene precisión científica. Por eso prefiero no opinar sobre este tema, porque me parece muy poco sólido (ríe).
—Sí opina, y afirma, que nos encontramos en los albores de un nuevo Renacimiento. ¿Por qué?
—Pensemos en lo que ocurrió en el Renacimiento. Después de la Edad Media, la humanidad se dio cuenta de que el ser humano no es el centro del universo, sino que somos una especie más en un planeta que está en un sistema solar en la esquina de la galaxia. Darse cuenta de este hecho generó una revolución cultural, científica, social, económica, gigantesca. De hecho, ahora mismo estamos viviendo la cola de lo que ocurrió en esa época. Ahora estamos entendiendo cómo funciona el cerebro. Nos va a permitir entendernos a nosotros por dentro, por primera vez.
A día de hoy, cuando pensamos en un ser humano, nos parece una especie de caja negra que hace un montón de cosas y no sabemos por qué. Pero imagínate que tú misma llegues a entender por qué haces determinadas cosas como humana. Y que entiendas la mente humana, por dentro. Sería el culmen del humanismo: entender qué es un ser humano. Extrapolando lo que ocurrió en el Renacimiento, creo que va a tener consecuencias muy positivas y que también desencadenará en una revolución. En la cultura, en la sociedad, en la ciencia, en la medicina, en la educación, en la justicia, en la política… Empezaremos a considerar los seres humanos de una manera más directa, ajustada a la realidad y a lo que son.