Víctor Amat, psicólogo: «El exceso de comunicación ha matado a más de una pareja»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Víctor Amat, psicólogo y autor de libros sobre psicología.

El experto señala que muchas veces tenemos discusiones ineficientes que no llevan a tomar ninguna decisión

18 dic 2024 . Actualizado a las 09:26 h.

En los últimos tiempos, el estoicismo ha experimentado una ola de popularidad impulsada por influencers que difunden, en redes sociales, una versión modernizada de sus principios para aplicar en el día a día. Hoy, esta compleja corriente del pensamiento de la Grecia antigua ha llegado a reducirse a una filosofía de vida que, según sus practicantes, fortalece la salud mental. La idea central es que debemos reprimir nuestros sentimientos y aguantar pacientemente los embates de la vida sin quejarnos, para así desarrollar la resiliencia.

Este estoicismo del siglo XXI no deja indiferente a nadie: tiene sus defensores acérrimos, que siguen sus preceptos y adhieren a sus códigos, y hay también, del otro lado, quienes los rechazan por completo. El psicólogo Víctor Amat, profesor en el Institut Català de la Salut y la Universitat de Barcelona, tiene una postura crítica sobre este tema. Su escepticismo con respecto a todo lo que se parezca a una receta simplificada para la vida le ha llevado a publicar Antimeditaciones (Vergara, 2024), un libro en el que rebate los aforismos reduccionistas sobre cómo vivir y propone, en cambio, parar para escucharnos a nosotros mismos y evitar enredarnos en comunicaciones que no lleven a ningún lado.

—¿Qué riesgos tiene seguir el estoicismo moderno?

—El estoicismo de hace dos mil años estaba orientado a entender que, frente al hecho de que vamos a morir, no podemos hacer nada, por lo que nos hemos de tomar las cosas con cierta calma. Esa sería la base original, pero hoy en día, en una sociedad capitalista como la nuestra, el discurso se ha convertido en una psicología para esclavos. El estoicismo aparece como recurso para sostener la vida porque, en el fondo, se nos está pidiendo que no nos quejemos de cómo vivimos.

—¿La queja es importante para nuestra salud mental?

—Sí. Muchas veces se nos invita a verle el lado positivo a todo y hay cosas a las que podemos encontrarle una parte positiva, como una separación. Pasa el tiempo y tú te das cuenta de que ha sido lo mejor que te podía haber pasado. Pero necesitas que pase un tiempo para llegar a esa conclusión. Cuando estás en pleno duelo, no es ni el mejor momento para buscarle lo positivo ni tampoco es algo que te ayude a ti en el proceso.

—Es algo muy alejado de la práctica de la gratitud que se suele recomendar...

—Puede que al final del día agradecer las cosas que te hayan ido bien te funcione, pero esto no es una obligación para todo el mundo ni una condición sine qua non para tener una vida buena. Habrá gente a la que esforzarse por agradecer algo le siente peor. En ese caso, puede que las recetillas de gurú no te funcionen y que necesites otro tipo de enfoque.

—¿En qué consistiría ese otro enfoque?

—Yo, por ejemplo, considero que es igual de saludable dedicarle diez minutos a enfadarte por todo lo mal que te ha ido en el día. Tampoco le veo un gran problema a eso. Tú podrías sentarte unos minutos y rajar de todo lo malo del día y eso también te aliviaría. Sobre todo, cuando llevas meses tratando de agradecer sin éxito.

—Sin embargo, se suele pensar que el recrearnos en lo negativo prolonga ese estado emocional...

—Lo que pasa es que a veces nos irrita más el reprimirnos y el pensar que no deberíamos estar irritados ante una determinada situación. La irritación pasará a condición de que no hagamos nada para joderlo. El problema es que cuando uno tiene una visión negativa de la vida o está en un momento malo, se le invita a no tener esas emociones porque, supuestamente, lo perpetúa. Yo pienso que es mucho más fácil a veces hacer justo lo contrario. Decirle a la persona: oye, dedícale cada día unos minutos a tu irritación. Irrítate, porque cuando uno necesita estar irritado, será por algo. Si no, es como si tuviera una erupción a la que no dejo salir fuera.

—¿Es un problema intentar distraerse de esa negatividad?

—El problema no es si yo pienso en positivo o en negativo. El problema es cuando yo pertenezco a una cultura donde se me está privando de una negatividad eficiente. El problema es cuando hay toda una sociedad o de un imperativo social en el cual tú no puedes mostrar tu malestar porque eso no está permitido. Y eso lo que está consiguiendo es una sociedad en la que cada vez estamos más medicados, cada vez estamos más jodidos, en lugar de cada vez estar mejor.

—¿Qué otros errores cometemos en esa búsqueda de la felicidad?

—Bueno, el hecho erróneo en sí es buscar la felicidad. La felicidad es algo tan espontáneo como el amor. Justo cuando estás mejor y dices: «Ahora que estoy tranquila no me interesaría conocer a nadie», entonces conoces a alguien y te enamoras. Yo creo que la felicidad es algo que se encuentra y también es fugaz, por eso es tan valiosa. La búsqueda de la felicidad a veces es lo que nos lleva a darnos cuenta de los desgraciados que somos. Cuando disfrutamos de un momento de la vida podemos decir que somos felices, pero el pretender tener un orgasmo crónico nos va a llevar a sentir, precisamente, que no lo tenemos.

—Menciona en el libro que puede ser más sabio buscar la satisfacción que la felicidad.

—Siempre me imagino en el momento final de la vida, rodeado de las personas que yo he amado, tener la sensación de que mi vida ha sido razonablemente satisfactoria. No hace falta que haya sido feliz todo el rato, sino que yo me haya dado cuenta de que he podido producir, de que he podido amar, de que he podido hacer cosas, incluso de que he cometido errores.

—¿Somos más racionales o más emocionales?

—Tú podrías tener una pareja que podría ser un 99 % interesante y que tuviera una halitosis severa. Y entonces, por muy racional que te pongas, ese 1 %, que es una halitosis repugnante, a lo mejor te impide estar con esta persona. La racionalidad, que sería pensar a favor de ese 99 %, no te sirve de nada en ese caso. Y eso va a pasar en muchísimos aspectos de la vida. Los seres humanos no somos racionales. Usamos la razón, pero estamos todo el tiempo relacionándonos con las cosas de una manera emocional. Lo emocional es lo que va a mover el mundo. La racionalidad está sobrevalorada absolutamente. Yo abogo por una idea que sería una emocionalidad inteligente.

—¿En qué consiste la emocionalidad inteligente?

—En el caso de la pareja con halitosis, sería aceptar que uno tiene un límite emocional y que no va a poder establecer esa relación. Ser emocionalmente inteligente es aceptar que estamos tomando una decisión basada en emociones, que es válida porque se relaciona con un aspecto al que la razón no accede. La pareja, que es una de las cosas más importantes que podemos tener en la vida, nunca se elige por motivos racionales e intentarlo sería un error. A lo mejor, una inteligencia artificial puede decirte con quién te conviene estar toda la vida y acierta mejor que tú, pero yo prefiero seguir mi intuición humana.

—Hablando de parejas, menciona en el libro que la comunicación en los vínculos está sobrevalorada. ¿A qué se refiere?

—Imagínate que tú tienes una pareja con la que llevas diez años. Los dos vais a terapia y se os invita a comunicaros sobre una serie de puntos en los que no acabáis de estar de acuerdo. Y se habla sobre estos temas, de manera que se convierten en discusiones recurrentes. Si yo he estado diez años así con alguien, ¿tengo que seguirme comunicando sobre estos temas, o deberíamos hacer otra cosa? El exceso de comunicación ha matado a más de una pareja. Y al revés, hay veces en las que la falta de comunicación la mata. Pero considerar que solo si me comunico de una determinada manera puedo tener una pareja exitosa es un error.

—¿Qué puede indicar que hay un exceso de comunicación en un vínculo?

—Una señal es cuando te empiezas a metacomunicar. Es decir, no solo hablas del problema, sino de cómo te hace sentir lo que te dice el otro sobre el problema, empiezas a explicar todo a tal punto que se pierde el eje de la conversación y el otro no entiende nada. Entonces, en lugar de escucharte va a huir de esas conversaciones, porque no va a saber cómo acompañarte con eso. Y tú lo vas a ir acorralando para darle esas explicaciones de cómo te sientes. Al final, eso lo que hace es alejarte de la persona, no aproximarte. Y eso se da a menudo. Por eso, lo que digo no es que no haya que comunicarse, sino que hacerlo no es la solución ideal para todo tipo de casos.

—¿Si tenemos discusiones reiteradas sobre el mismo tema, esa comunicación no sirve?

—Si llevas años discutiendo con tu pareja porque no hace la cama, explicándole que a ti te gusta la cama hecha porque el cuarto se ve más recogido, que no cuesta nada, que es solo estirar el edredón, y llevas diez años hablando del tema y el otro no hace la cama, no es porque no te entienda. Esa comunicación es ineficiente, porque por más que le digas que haga la cama, no lo va a hacer. Entonces, ahí es donde propongo una psicología estratégica. Si esto no ha funcionado y la persona vale la pena, tenemos que pensar en hacer nosotros la cama y pedirle, a cambio, que se ocupe de otra tarea. Podemos llegar a un acuerdo. O cambiar de pareja, porque cada uno sabrá qué es lo que tiene que hacer, dependerá del caso. No hay recetas universales.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.