Tomás Navarro, psicólogo: «La culpa es la estrategia preferida de los perfiles tóxicos para manipular a alguien»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Tomás Navarro es psicólogo y autor de cinco libros sobre bienestar emocional.
Tomás Navarro es psicólogo y autor de cinco libros sobre bienestar emocional. Carlos Ruiz

El experto subraya la importancia de poner límites en nuestras relaciones para proteger nuestro bienestar emocional

03 abr 2023 . Actualizado a las 18:53 h.

En la vida, nos guste o no, muchas veces hay que ceder. Habrá momentos en los que tendremos que adaptarnos a circunstancias que no son las que habríamos deseado. Pero esto no quiere decir que no podamos elegir cuándo y en qué estamos dispuestos a ceder. Priorizar nuestro bienestar emocional tiene que ver con esta decisión consciente de protegernos, que a nivel interpersonal se traduce en saber reconocer los límites que necesitamos y poder establecerlos con claridad y madurez. Pero esto no es tan fácil como parece. En un mundo muy predispuesto a hacernos sentir culpables cuando marcamos esas líneas que no queremos que se sobrepasen, el arte de poner límites exige un trabajo interno que tenemos que hacer para poder asentarlos con firmeza. El psicólogo Tomás Navarro explica cómo hacerlo en su nuevo libro, Tus líneas rojas (editorial Zenith). Con explicaciones sencillas, ejemplos y ejercicios, el experto proporciona las herramientas claves para preservar nuestro bienestar emocional.

—¿Por qué son necesarios los límites?

—Te va la salud en ello. Tanto a nivel mental como físico, no marcar límites supone que estás sufriendo una situación de abuso o maltrato. Y eso provoca que al final acabes enfermando. Porque tienes estrés y agobio. Si tienes una pareja tóxica o unos familiares tóxicos, organizas tu vida en función de eso y estás las 24 horas del día pensando en qué hacer para que no se enfaden, qué callar, qué contarles, y esto provoca distracciones, niveles de ansiedad muy elevados, problemas en el trabajo, incluso un despido. Las consecuencias para la salud son terribles.

—¿Por qué cuesta marcar esos límites?

—Porque tenemos grabado en el ADN que somos malas personas si ponemos límites, para empezar. Luego hay personas que no tienen las herramientas necesarias, y hay personas que creen que no son merecedoras de ese límite, por diferentes casuísticas. Por lo tanto, ni siquiera se lo plantean. Hay herramientas para trabajar sobre los diferentes casos de manera personalizada con lo que necesitan. Se suele decir: «Haz el bien sin mirar a quien», pero eso se ha acabado. Haz el bien, y mira a quién se lo haces.

—¿Por qué tenemos sentimientos de culpa cuando ponemos límites?

—La culpa es el sentimiento de que tú eres el origen del sufrimiento de otra persona. Es la estrategia preferida de los perfiles tóxicos para manipular a alguien. Entonces, las personas cercanas acaban sintiéndose culpables de cosas por las que no deberían sentirse culpables. Por ejemplo, si para tener control de tu tiempo, decides no ir cada domingo a comer a casa de tu madre, y vas cada quince días o una vez al mes, no te puedes sentir culpable. No tendrías ni que ir cada quince días. Que tú quieras el control de tu tiempo, que quieras priorizar tus necesidades, todo eso no tiene que hacerte sentir culpable, proque son cosas que tú tienes derecho a hablar y a no experimenta.

—Se suele pensar que poner el límite tiene un coste muy alto, porque se puede fracturar una relación, pero no se piensa tanto en el coste de no ponerlo...

—Exacto. A mí me ha pasado eso. Yo no valoraba el impacto que tenía no poner esos límtes. Tienes que ser consciente de que el coste de no poner límites es real. Pero a veces uno no se da cuenta hasta que lo ve desde afuera. Hay gente que es parasitaria y vacía cuentas corrientes, hace que pongan coches a su nombre, que le coloquen en el trabajo, o asciende en el trabajo gracias a esa presión emocional que está ejerciendo. A nivel económico, el impacto es muy duro.

—¿Cómo sabemos cuándo hay que poner límites?

—Es muy sencillo, e insisto en la sencillez. Hay una cosa que se llama la huella emocional y es la emoción que sientes después de que ocurre algo. Después de una buena cena, la huella emocional que deja eso es positiva. Si tenemos un problema digestivo, es mala, porque tenemos dolor de tripa. Entonces, si nos fijamos en la huella emocional que nos dejan las interacciones con una persona, sabremos si tenemos que marcar límites con esa persona. Porque su huella emocional es de dolor, o de ansiedad, o de tristeza. Hay señales claras: si tienes que callarte para que no se enfade, si tienes que estar pendiente de cómo le va para ver si se va a enfadar y tener una bronca o no, si tienes que tomar sus decisiones para que no te diga que le has decepcionado, no te conviene.

—¿Qué pasos debemos dar para poner límites?

—Yo propongo un método que es muy sencillo, porque las cosas buenas tienen que ser simples. Si es algo muy complicado, al final, no se aplica. Es el método PAL, que es un acrónimo de tres palabras. Primero, priorizarse. Es ponerte en valor y tener claro que si tú no tienes prioridades, vivirás según las prioridades de otra persona. Entonces, hay perfiles que son respetuosos y no quieren molestar a nadie, pero hay perfiles que van a sacarte todo lo que puedan. Si tu prioridad es tenerte en consideración a ti mismo, podrás tomar mejores decisiones cuando te los encuentres. El segundo paso es avisar. Imaginemos el hipotético caso de que alguien no se ha dado cuenta de que tiene un comportamiento abusivo, tóxico. Pues le avisas, le dices: «Cuando haces esto, me duele». Y el tercer paso, si no reacciona bien, tienes que llevar a la práctica el límite de manera asertiva, contundente e inamovible. Ya lo has pensado y lo has analizado. Llega el momento de marcar esa línea roja para que no pierdas esa luz y esa claridad en la vida, para no sufrir.

—¿Cómo comunicamos un límite?

—Vamos a presuponer que la persona no se da cuenta. Vamos a ser asertivos para que si hay un problema lo podamos solucionar. Podemos aplicar la técnica sándwich, es muy sencilla: algo bueno, mi decisión, y algo bueno. Por ejemplo, supongamos que le vas a decir a tu madre que no quieres ir a comer a casa cada fin de semana. Le puedes decir: «Mira, mamá, me gusta la unión que tenemos y me gusta cómo cuidas de mí, los tuppers que me preparas. Pero si vengo cada domingo a comer a casa, se está limitando mi vida social, no puedo ver los partidos de básket de mi hijo, no puedo ir a comer a la casa de mi suegra, que también me apetece. Creo que es mejor que venga cada quince días o una vez al mes». Y cerramos el sándwich con algo bonito, como: «Imagino que serás consciente de la importancia que esto tiene para mí, como no es algo que sea poco razonable, y como te interesa mi bienestar, imagino que podrás entenderlo». Es una técnica efectiva.

—¿Cómo gestionamos las reacciones de los demás cuando les marcamos un límite?

—En general, reaccionan mal y esa es la mejor muestra de que deberías haber puesto los límites antes. Porque cuando no te das cuenta de que tus acciones provocan dolor y te lo dicen, cuando eres consciente, te dolerá, te sabrá mal. Pero si esa no es la reacción, es porque lo sabían y lo hacían sin ningún remordimiento y, por lo tanto, ese límite está más que bien puesto.

—En el libro hablas de protegernos limitando nuestra exposición. ¿Cómo podemos hacerlo?

—Dar información es terrible. Si pueden, te machacarán. Si no te pueden machacar, enviarán emisarios, para seguir enganchándote. No hace falta dar tanta información. Yo he conocido el caso de una persona que, estando enferma, ha salido un día a la playa, lo que le ha costado un horror, y le han dicho: «Pues tan mal no estarás si has ido a la playa». Esa exposición se puede reducir. Cuanta más información tengan de ti, más daño te pueden provocar. Imaginemos que una persona tóxica es una cobra, una serpiente venenosa. A diez metros, no te va a picar. Pero si la tienes al lado, sí. Cuanto más cerca, más expuesto estás.

—¿Cuándo hay que alejarse de alguien cercano?

—Hay que tener claro que, por ejemplo, cuando tu hermano se dedica a lastimarte, lo hace porque sabe que lo puede hacer. Tu madre o tu padre se lo toleran. Entonces, es difícil que ese familiar tóxico cambie. A veces hay momentos que son como la tormenta perfecta. Lo han despedido, lo ha dejado la pareja y está un poco complicado. En ese caso, puede ser algo temporal. Pero cuando es algo de la personalidad, esa persona es así y no va a cambiar. A veces, las parejas tienen que separarse porque no van a cambiar. A veces los hijos necesitan irse a estudiar afuera para descansar de los padres. La distancia salva esas relaciones, a menudo. Y al final, que te hayan parido no implica que haya una relación afectiva de amor. Me encuentro con muchos padres y madres que dicen: «Tuve el niño porque tú lo querías, pero a mí esto me agobia, ha cambiado mi situación a nivel profesional, me ha cambiado el cuerpo». Y acaban machacando al niño. Hay que salir del armario del abuso emocional, especialmente en la familia. Mucha gente que está sufriendo por unos padres tóxicos lo lleva en silencio como si fuera una vergüenza. No es así. Si la gente que sufre por culpa de familiares abusivos llevara un globo colgando, no se vería el cielo.

—¿Cómo podemos aplicar los límites en la pareja?

—Estar en pareja tiene que ser bonito, tiene que ser fácil. Hasta que eres padre, te tienes que pasar la vida teniendo sexo, hablando y riendo. Y cuando eres padre, teniendo sexo, hablando, riendo y criando a un hijo. Si esto no es así de entrada, ¿qué va a pasar más adelante, cuando haya una hipoteca, cuando haya una enfermedad? Se va a complicar. Si ya de entrada no es fácil, no es bonito, no hay que luchar. Allí está el límite.

—¿Y en el trabajo?

—Aquí es más complicado, porque lo que te juegas es el alquiler, el coche, la comida, las vacaciones. Por otro lado, cuando un compañero o un jefe es tóxico y tiene comportamientos que son abusivos, lo hace porque sabe que lo puede hacer. Porque su superior se lo tolera, porque no le importa. De tal manera que es difícil marcar esos límmites ahí. De hecho, yo propongo un cambio de estrategia, en vez de pelearte con esa persona, hagas dos cosas. La primera es protegerte. Que toda comunicación sea por escrito, o en reuniones con testigos. Y la segunda es darle visibilidad a tu trabajo, para que, cuando la persona vaya a hablar mal de ti, los demás tengan una imagen que han visto con sus propios ojos y no les cuadre lo que le cuenten de ti. Y hay que tener en cuenta que, a veces, lo que está pasando, lo puedes gestionar aceptándolo como un daño colateral. Cuando vas a la playa, te pican los mosquitos, pero disfrutas del sol. Entonces, en el trabajo puedes hacer lo mismo. Puedes decir: «No vengo a hacer amigos, vengo a trabajar». Te mantienes protegido y compensas fuera del trabajo con actividades que te gusten y con otro tipo de cosas.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.